El bicentenario del Museo Del Prado

200 AÑOS

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Yo en el Prado me lío.

Se me hace bola, sí.

En los últimos dos años he acudido puntualmente con grupos de actores jóvenes en proceso de formación, que atienden con paciencia al atropellado flujo de ideas que me asaltan en las apresuradas carreras a que nos obliga el tiempo limitado de la clase. Y a pesar de las reiteradas visitas, aún no soy capaz de orientarme por las salas, lo que provoca frecuentes entradas y salidas en círculo, sin ton ni son en apariencia.

Confundidos entre el agitado hormiguero de visitantes, los alumnos deambulan provistos de sendos y preceptivos pinganillos, mientras que yo, armado de un micrófono prendido en la solapa, trato de poner orden al discurso, no siempre con éxito. La discreción del diminuto aparato hace que me olvide al instante de este pormenor técnico, por lo que a menudo soy amonestado por los vigilantes más celosos. Desistan, se lo suplico. Alguna suerte de calidad enervante debe de poseer mi naturaleza vocal, cuando la regañina me cae por sistema aunque la sala esté en modo gallinero políglota. Sea como sea, siempre me toca. Desistan, se lo suplico. Es la ansiedad la que me aboca a perder el control sobre el volumen. No puedo. Por ejemplo, ante la asfixiante atmósfera de La familia de Carlos IV comienzo a sentir como si me colgase un yunque de la boca del estómago. Basta confrontar la mirada con la de Goya, que interpela al espectador atrapado en un rincón oscuro del taller, para sentir la invasión del espacio angosto por la tropa vulgarota y garbancera. «El cuadro de todos juntos», dicen que lo llamaba el monarca en acertada y escueta descripción. De modo que mi única salvación consiste en alzar la voz y conjurar así las contradictorias emociones provocadas, al margen de las intenciones que hubieran llevado al aragonés prodigioso a confeccionar tan perturbador friso de personajes, y que nunca acabaremos de conocer (los críticos de arte inventan peregrinas y arbitrarias justificaciones a las que en modo alguno debéis conceder crédito: las razones de los genios son inescrutables, faltaría más).

Y así todo el rato y con todo, por eso me lío en el Prado y se me hace bola.

Cómo no caer abrumado bajo la intensa densidad de esta anárquica, desequilibrada y
espléndida colección de sucesivas obras maestras. Imaginad una ciudad con una docena de catedrales góticas de primer orden, un menú de platos suculentos sin dar tregua al paladar, un desfile continuo de joyas brillantes hasta cegar la vista. No hay escapatoria. Los sentidos se bloquean, aturullados en el exceso de estímulos. Las primarias leyes del placer exigen el tributo ineludible de la interrupción, el vacío reparador que nos dispondrá a reiniciar el viaje una y otra vez. Y esto resulta imposible en la severa construcción de Villanueva, porque en sus entrañas más profundas bullen en singular desorden cientos de imágenes nunca expuestas a la luz en las salas abiertas, y tanta potencia visual y creativa aprisionada se comporta como los átomos sobrecalentados del magma volcánico: tarde o temprano encontrarán un resquicio por el que dar rienda suelta a la energía acumulada durante muchos siglos y por los más pintorescos vericuetos de la historia.

Cuando ese día llegue, el toscano casón del Prado reventará por las costuras, y las galerías de columnas se extenderán en todas direcciones como tentáculos. La onda expansiva sumirá a toda la ciudad y los campos descarnados que la circundan en un profundo sueño de siglos, igual que en los cuentos. Al despertar, contemplarán atónitos las ruinas de las avenidas, las plazas y los bloques de casas cubiertos por una espesa vegetación. Distribuidas a través de las nuevas columnatas, que habrán cubierto todo el territorio como telarañas de granito y ladrillo rojo, las pinturas se mostrarán suspendidas de las ramas, como fruta en sazón, cada una en su lugar atendiendo al espíritu encerrado en ellas, todas distintas e inconfundibles. Los irisados cartones goyescos para tapiz, donde el pueblo llano oculta sus desdichas bajo la capa del casticismo, figurarán entre los cascotes de las barriadas de la periferia. Las arremolinadas meninas, y con ellas todo Velázquez, volverán al viejo solar del alcázar para servir de contrapunto al fondo encinoso de la Casa de Campo, donde los cielos corresponderán cada día al homenaje que les tributara el sevillano. Por las espesuras del Pardo se escapará el temblor de carnes rotundas de Rubens, situándose estratégicamente entre los sotos y custodiadas por los venados y las liebres del monte. El mismo camino seguirán las delicadezas de Fra Angelico, pero estas alcanzarán las cumbres de la sierra, y allí veremos al ángel anunciando a la doncella reflejado en el espejo glacial de las lagunas. Hasta Toledo, convertida ahora en la ciudad que soñaron los viajeros y poetas románticos en su delirio de reconfortante decadencia medievalista, viajarán las figuras atormentadas del cretense trasplantado, volviendo al lugar del que nunca quisieron apartarse, ni siquiera cuando eran admiradas en los muros de la pinacoteca. Las negras pesadillas del sordo guardarán, como centinelas, las escombreras y desolados desagües de Vaciamadrid (qué nombre tan bien escogido). Huyendo de ellas, Tiziano, y con él el resto de sus paisanos, tratará sin éxito de alcanzar las riberas de la mar, dispersándose por las alturas que miran a levante con sus luces de amable calidez… Coloque cada cual donde le plazca cada una de las alhajas que atesora el Museo, que la lista es interminable y el espacio infinito.

Solo una pintura permanecerá fijada en el centro del edificio original. Una obra que, velada por dos enormes portones figurando la esfera del mundo en translúcida grisalla, revelará al abrirse su verdadero y cabal significado, indescrifrable hasta el día en que los tesoros del Prado exploten a consecuencia de tanto arte comprimido en un solo punto. Y entonces lo entenderemos todo.

Por eso se me hace bola. Suerte que, a estas edades, a una ya le cabe lo que sea menester, por muy gordo e intenso que sea.

Por muchos años.

Por Marcos León | 21 noviembre 2019[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]