CLARA SANCHIS. UNA HABITACIÓN PROPIA
En 1928 Virginia Woolf dio unas conferencias sobre mujer y literatura en las dos únicas universidades femeninas que había en Inglaterra. En ellas reflexionaba sobre la imposibilidad de que las mujeres pudiesen ser algo más que simples cuerpos domésticos sin derechos ni libertades, condenadas a criar hijos y a cuidar de la casa apartadas casi por completo del acceso a la educación, la cultura y el arte. Al cabo de un año aquellas palabras verían la luz en forma de ensayo y se convertirían para siempre en un clásico de la escritura y el feminismo. Hoy, casi cien años después, las cosas han cambiado mucho, la sociedad es muy diferente a aquella en la que se publicó por primera vez UNA HABITACIÓN PROPIA, aunque igual las cosas han cambiado más para unos que para otras.
Hasta hace poco yo no sabía cómo era la manera en la que caminaba Virginia Woolf. Tampoco tenía idea de cómo sonaba su voz, pero esto era hasta hace poco más de un mes, ya digo, porque ahora lo sé, sí. Lo descubrí una tarde de mediados del pasado noviembre sentado en una butaca del Teatro del Barrio. Resulta que yo pensaba que iba a ver una función, pero no, no. Resulta que lo que vi no era la versión teatral realizada y además dirigida por María Ruiz de UNA HABITACIÓN PROPIA, no. Ni la iluminación de aquello tampoco la había creado Juan Gómez Cornejo, ni aquel vestuario lo había diseñado Helena Sanchis, y por supuesto aquella que encarnaba a la escritora inglesa no era Clara Sanchis.
A la capacidad de hacer esto muchos lo llamarían magia. Para mí tiene otro nombre: Arte. Y oficio.
Al terminar la función, esperé con Codina a que saliera Clara, quería presentármela y de paso ver si cuadrábamos la posibilidad de hacer algo para el blog del Estudio. Y así fue, tuvimos una primera toma de contacto y quedamos en que la llamaría al cabo de unos días a su vuelta de no recuerdo qué lugar para ver lo de la entrevista o lo que fuera. Y ahí comenzó lo que ha sido nuestra divertidísima historia, a modo de relación epistolar pero a través de audios de WhatsApp, que ahora con cada palabra que escribo parece estar acercándose cada vez más al final, o no. Voy a intentar ser concreto, pero no prometo nada. Esta entrada de blog no terminaría jamás si se me ocurriera intentar relataros lo complicado que fue conseguir volver a vernos. De la de veces que parecía que sí pero al final no, de los muchos audios en los que nos terminaba dando da la risa por imposible, de las ganas de hacerlo y de la incompatibilidad de nuestros horarios. Bueno, a veces no es que no coincidiéramos en el tiempo, es que no coincidimos ni en el el espacio de un mismo país. Hubo un momento en que empecé a sentir que se acercaban las últimas funciones y que el empeño que le estábamos poniendo igual terminaría siendo un lo que pudo haber sido y no fue, porque no parecía que el ansiado encuentro se fuera a producir antes de que terminasen las funciones y dejaran de estar en cartel, y entonces todo aquel empeño dejara de tener sentido. Pero no queríamos rendirnos, recuerdo algún audio en el que casi nos jurábamos que lo haríamos sí o sí. Sabíamos que tenía que ser y fue. Por los pelos, pero ha sido. Mañana domingo 12 de enero a las 6 de la tarde es la última ocasión para disfrutar de esta función (de momento) en el Teatro del Barrio.
Finalmente, un par de días antes de las vacaciones de Navidad lo conseguimos. Cogimos el equipo de grabación y nos fuimos al Teatro del Barrio a hacerle a la Sanchis una pequeña entrevista -que nunca lo fue, pequeña, quiero decir- y que como todo lo que nos había ocurrido hasta entonces parecía dilatarse en el tiempo hasta el punto de devorarnos. Se me estaba yendo de las manos, aquello era una conversación, una tertulia o llámalo como quieras, pero ni de coña algo que se le pareciese a lo que podría ser un simulacro de entrevista. Conseguir montar un vídeo con tantos minutos iba a ser un despropósito, Eugenia me iba a matar, y yo no iba a conseguir transcribir aquello ni a aunque volviera a nacer, pero allí seguíamos, agustitico, charlando como cotorras sin fin. Madre mía.
Como bien me anunció Clara casi al principio, nos habíamos juntado el hambre con las ganas de comer. Lo primero Virginia, claro, hablamos de su lucidez, de lo brillante de su discurso, de lo moderno e inteligente de su talento y de su sentido del humor, y de lo valiente que fue. Pero una cosa llevó a la otra y luego seguimos con lo de la esperanza puesta en estas jóvenes mujeres, casi adolescentes, que vienen, y de lo concienciadas que están, y de lo absurdos que son muchos de los comportamientos que adoptamos al asumir cualquier género, sea cual sea el que elijamos. De cómo María, la directora, en una ocasión del pasado le propuso que para hacer el personaje fuera más masculina y aquello le abrió mil posibilidades. También hablamos de lo bello que es que cada vez haya más hombres feministas. Del desprecio que han tenido casi todos de los gobiernos que hemos tenido hasta la fecha por todas las artes. De lo bello de esta profesión, de lo inestable, de que igual lo que está pasando es que estamos volviendo al lugar donde estuvimos siempre o de que no deberíamos permitirnos trabajar gratis. Me contó que cuando tenía siete años le preguntó a una niña que estudiaba piano que qué tenia que hacer para conseguir tocar ese instrumento. Seguimos con el recuerdo de cuando se dormía oyendo las teclas de la máquina de escribir de su padre o de cuando lo hacía oyendo a su madre memorizar textos. De lo importante de la escritura en su vida. De aquel tiempo en el que el miedo se apoderó de ella y no pudo seguir tocando el piano en público y de cómo está disfrutando poder volver a hacerlo. De cuando comenzó en esto por casualidad porque en realidad no quería ser actriz de ninguna de las maneras, de sus pinitos cabareteros, de aquella que vez que se dijo a sí misma en el balcón de su casa «déjate de tonterías y asúmelo ya: eres actriz». De lo interesante que sería aprovechar los sofocos de la menopausia como fuente calórica o de lo bueno y lo malo de ser de ser hija de. De que se considera optimista y que la madurez tiene algo fantástico, también tuvimos tiempo de abordar los mecanismos de la desigualdad y me habló de cuando dejó de culparse por no centrarse solo en una cosa o de cómo este oficio te obliga a investigar en el alma humana. O de cómo este proyecto nació como algo inspirado en Virginia pero no con la intención de hacer de Virginia. De de que está segura de que la elocuencia tiene que ir antes que la emoción. También hubo un momento para toda esa gente que hay en la profesión con muchísimo talento y que no está trabajando. De la ilusión que le provocan Los Pájaros Fontaneros, el grupo de música que ha montado entre gira y gira de teatro con tres compañeros de profesión. De lo feliz que la hace poder tocar el piano en este espectáculo y de que debería ser casi obligatorio tocar un instrumento, cantar o bailar en el proceso de aprendizaje de este oficio. Me aseguró que se siente afortunada. Que le encanta esa frase de Teresa de Jesús que dice que en la contradicción está la ganancia. Me contó que la tarea de escribir un artículo semanal para un periódico la obliga a observar a los demás, a mirar fuera, porque lo que le pasa a uno mismo deja de tener interés pronto, se gasta. De que Virginia no se rinde nunca, a pesar de lo que pudiera parecernos. Y de que en lo creativo no es necesario el sufrimiento, que ya basta. Y aconseja a las jóvenas que está muy bien tener un plan B, encontrar otra cosa en lo que poner tu empeño si quieres dedicarte a esta profesión, porque esto ya sabemos como es.
Ahora que ya termino recuerdo aquel audio en el que me explicaba que los dos días previos a la entrega del artículo intenta que sean sagrados, y que si puede se los reserva a toda costa. Creo que esto de escribir a mí cada vez me parece más difícil. En esta ocasión –el terrorista al que nada le vale que alberga mi interior– me ha hecho destruir dos versiones de lo que estáis leyendo con el consecuente retraso que eso me ha acarreado.
Me dijo que hubo mucho tiempo en que lo pasaba fatal escribiendo. Pero que la única solución para poder seguir haciéndolo es alejarse del miedo y encontrar una manera de hacerlo lo más parecida a la forma en la que hablas, sin grandes alharacas. Me pareció un gran consejo. Parece sencillo pero no lo es, yo hoy casi me arranco la piel intentándolo.
Gracias por compartir, Clara.
Por Chechu Zeta | 10 enero 2020