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NUESTRA INOCENCIA

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Regreso de Bilbao, después de un mes en el que he impartido un taller en Dantzerti, la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Euskadi. Por primera vez, mis años eran el doble que los de la mayoría de los alumnos. En sus cuerpos, en sus entusiasmos, en sus temores, en su incomprensión, en sus alegrías, en sus revelaciones, en fin, en todo el menaje de juventud que desplegaban cada mañana, he percibido luminoso y fiero el tiempo. Desfilando tras él, su batallón de “todavías”, de “ya no”, su arsenal de recuerdos, su albarán de pérdidas. 

   Es cierto que los estudiantes de Arte Dramático son en nuestros días una tribu misteriosa. Por edad, están en primera línea de nuestro presente movedizo, pero se entrenan para un arte milenario. Prestan cuerpo, voz y espíritu a Edipo o a Ofelia, y luego regresan a sus mundos tecnológicos. Algunas veces se han tenido que enfrentar a sus familias, que (como gran parte de nuestra sociedad) entiende el teatro como un arte residual, una profesión sin salida, en liquidación. Los he visto llegar agotados de trabajos tan mal pagados que no merecieran llamarse trabajos. Se han desesperado por no encontrar una habitación fuera de la usura. Llegan con su ropa de trabajo, sus libros de Shakespeare y sus ganas intactas. Y sobre todo, una y otra vez, se conmovían con los personajes de La gaviota de Chéjov, buscaban el vértigo purificador del escenario. Sueñan con dedicarse al teatro, sin saber que con eso ya se dedican al teatro; y de nuevo Chéjov, “cuando piensan en su vocación no temen a la vida”.

   De los alumnos del estudio Juan Codina, donde trabajo desde hace ya un lustro, son pocos los que llegan atraídos por el brillo de la fama, por las lisonjas de la popularidad. Muchos más son los que, sin saber muy bien por qué (que es el único modo de estar en este oficio), han decidido consagrar sus vidas a las artes escénicas.

   Al día siguiente de regresar de Bilbao fui a ver a mi madre, que sigue viviendo en el barrio de mi juventud, Villaverde Bajo, en el extrarradio de Madrid. En los menos de diez minutos de distancia entre el metro y su domicilio, me encontré con una casa de apuestas, unos predicadores de amenazadora amabilidad, algunos cuerpos desvencijados por la heroína, dos locutorios y poco más. Allí donde estaba la panadería donde nos fiaban el chocolate a los hijos de los obreros, había un local de “Ayuda de Dios”. Pensé en los jóvenes del barrio, cuáles serían ahora sus sueños, sus esperanzas; pensé en eso que llaman “ascensor social”, y sólo vi su hueco en el esqueleto de cada edificio. Nos hemos olvidado de los barrios, de sus gentes, de lo poco que hablamos de las casas de apuestas, de quiénes están detrás sustentándolas, del ascenso vertiginoso de las sectas religiosas y sus soldados homófobos y machistas, de las consecuencias de los recortes en la educación pública, de cómo les tienen que sonar a muchos de los jóvenes de esos barrios las polémicas espumosas del Twitter y demás…

   De repente, pensé en si alguno de estos jóvenes de barrio sueña con convertirse en actor o en actriz, si en alguno de estos pisos mordidos por la aluminosis, en estas calles en los que se despliegan cepos a cada paso, algún muchacho, alguna muchacha, está leyendo Bodas de sangre o Un tranvía llamado deseo, y pensando en cómo decirles a sus padres que quiere convertirse en estudiante de arte dramático. De nuevo el tiempo y el recuerdo del Alberto adolescente soñando en ese mismo barrio con estrenar algún día una obra de teatro.

   Por último, recordé estas líneas de Nuestra inocencia, de Wadji Mouawad (obra que ojalá se publique por fin en la excelente traducción de Coto Adánez); para mí, el mejor retrato de los estudiantes de arte dramático y de la juventud de nuestros días.  Ojalá, sí, lucháramos por cuidar de la inocencia, por proteger, su futuro. Aún hay tiempo. Pero hay que darles la voz:

¿Qué os creéis que somos?

¿Qué creéis que decimos

cuando hablamos de vosotros?

¿Qué creéis que pensamos cuando exhibís 

vuestras victorias como quien exhibe su polla

y, con una palmadita en la espalda, 

queriendo darnos consejos,

nos hacéis arrodillarnos obligándonos a 

mamar el relato de las revueltas del pasado?

¿Qué creéis que pensamos cuando, sin ser conscientes

de lo que odiáis nuestra juventud, nos ordenáis:

«Chupa, chupa mi juventud perdida, 

chupa esa libertad que nunca conocerás,

chupa mi precioso piso comprado 

por dos duros y que jamás podrás pagarte,

chupa lo que fueron nuestras utopías

y que te prohíbo anhelar,

chupa el amor sin preservativo,

chupa mi viaje a la India,

chupa la fraternidad que demostramos y 

que para ti sólo es un balbuceo, ¡chupa!»?

¿Qué creéis que pensamos 

cuando nos metéis hasta la garganta

vuestros compromisos políticos, 

que para vosotros reflejan vuestro valor

y para nosotros 

vuestras traiciones y renuncias,

y metiendo y sacando,

jadeando, gimiendo de placer,

nos introducís hasta la garganta

vuestras ideologías y principios de mierda,

vuestro socialismo empalmado,

vuestro comunismo acre,

vuestro respeto republicano,

vuestro apestoso gaullismo,

vuestro vomitivo jansenismo, vuestro benévolo

racismo, vuestra política de mierda,

vuestra moral social de mierda 

y metiendo, sacando, jadeando,

cuando notáis que llega la leche blanca

de la autosatisfacción, nos ordenáis:

«¡Chupa, sí, así! Eyaculo en tu boca 

el fin de la despreocupación,»

«descargo en tu garganta 

el fin de la historia, ¡traga!»

«¿Está bueno el fin de la historia? 

Espera, voy a darte otro guantazo».

Y, gruñendo de placer, eyaculáis 

en nuestra cara el confort que os debemos,

deuda infinita cuyo fin nunca veremos.

¡Aplastáis! ¡Aplastáis! ¡Nos aplastáis!

Vuestras son las jubilaciones, la alegría, 

la historia, y nuestra la confusión.

«¿Por qué no haces algo con tu vida?

Ni idea, papá, mamá, no tengo ni idea.»

«No sé, no sé, no sé, no sé, no sé…»

«O sea no tengo ni idea,

no sé, no tengo ni idea.»

«Me palpo, me examino, 

me analizo y hay un vacío absoluto.»

«Y ni toda la sabiduría del mundo 

me impedirá decir que no tengo ni idea.»

 

Por Alberto Conejero | 22 octubre 2019

Este artículo fue publicado el 9 de octubre en la web de AISGE[/vc_column_text][vc_empty_space height=»2em»][/vc_column][/vc_row]

Alberto Conejero vuelve al CDN con La Geometría del Trigo

ENTREVISTA A ALBERTO CONEJERO

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Hace cuatro años se estrenaba en el Teatro María Guerrero La piedra oscura, un montaje que terminaría llevándose cinco Premios Max. Entre ellos, el de mejor autor para Alberto Conejero, que ayer volvía a un escenario del Centro Dramático Nacional, esta vez a su sede del Valle-Inclán en el barrio de Lavapiés, con La geometría del trigo (dosbigotes, 2018)un espectáculo que escribe, dirige y produce él mismo.

La geometría del trigo nace a partir de un recuerdo que le contó su madre. Es la historia de lo que le ocurrió a unos amigos del pueblo cuando eran jóvenes, antes de que él naciese, y aprovecho precisamente ese salto en el tiempo para viajar hasta el Alberto que no conozco, al niño nacido en Vilches (Jaén) en 1978.

Alberto Conejero es andaluz, pero realmente nunca ha vivido allí, solo durante los veranos que de pequeño pasaba con sus abuelos en el pueblo. Antes de cumplir los dos años sus padres se trasladaron a vivir al madrileño distrito de Villaverde. A pesar de todo, Alberto Conejero tiene un fuerte arraigo con su tierra y se siente profundamente andaluz, él mismo define como un madrileño de Jaén y muestra sorpresa al pensarlo en voz alta: “Es curioso esto, sentirse tan arraigado a un lugar que no se ha conocido, bueno, que no se ha vivido, mejor dicho. Yo me he escolarizado y educado en Madrid”.

¿Qué llega antes, la poesía o el teatro?

La poesía. Pero para mí no hay una distinción genérica tan fuerte, no lo vivo como si estuviera escribiendo desde dos lugares distintos. Creo que el teatro siempre ha sido un buen albergue para la poesía, y a la inversa, pero lo primero fueron poemas –malísimos– de un niño repelente y raro de once años que hablaban de la soledad.

¿Tu primer recuerdo del teatro, Alberto Conejero?

Bueno, recuerdo… Yo creo que el recuerdo inventa. No sé si esto me lo he inventado, pero sí tengo claro que he tratado de encontrarlo. Y no es uno, son dos: un montaje de Las Bacantes en el Festival de Teatro de Segóbriga, que debía tener unos trece o catorce años y luego la lectura de Bodas de Sangre. Ambos son casi inmediatos, van muy seguidos, de la mano.

Imposible olvidar esa primera lectura de Bodas de Sangre, ¿no?

Me sucedió el teatro leyendo aquel libro y me dije: “esto es lo que quiero hacer”, sentí que ahí estaba todo.

¿Casi como un pálpito, justo en ese momento, después de leerla hallaste lo querías ser?

Encontré la vocación pronto, muy rápido. Descubrí que aquello de alguna manera tenía poesía, que también era música… Creo que, como fui un adolescente solitario, el teatro me daba la oportunidad de estar, de hacer un nosotros. En mi caso, la transición o el viaje de la poesía al teatro también tiene que ver con esto, con la necesidad de establecer un nosotros, de estar juntos.

Imagino que, igual que existieron aquellos primeros poemas, un día aterrizaron en el papel los primeros personajes que rondaban tu cabeza y le diste forma de obra de teatro. ¿De qué hablaba?

Era muy mala también, escrita en plena adolescencia, imagínate. El jardín de la Luna Negra se llamaba. ¿Puede ser un título más cursi? Era una obra muy afectada, muy intensa. El personaje principal era un jinete que se dedicaba a vender caballos, un tratante gay de caballos. No es una buena obra, pero tenía esa ingenuidad que es muy fértil y muy luminosa. Escribir sin esperar nada, escribir por el puro placer de hacerlo.

Supongo que, como nos ocurre a los actores, el del escritor, como el de cualquier oficio artístico en este país, no es un camino sencillo…

Mira, lo primero mío que se hizo profesionalmente fue Húngaros en el 2002, llevo casi veinte años haciendo esto. Es verdad que en los últimos años se ha intensificado todo a partir de La piedra oscura, y lo que te permite el tiempo es tener perspectiva. Pero sí, el de dramaturgo es un oficio bastante de intemperie y de invisibilidad casi todo el tiempo. Para que una obra llegue a estrenarse se tienen que producir una serie de azares y de voluntades que es muy difícil que se den. Yo, que he tenido la fortuna y también la responsabilidad de tener palabra pública, no solo con el teatro sino a través de la presencia en la prensa o en los medios, asumo esa responsabilidad agradecido. Creo que seriamos un país mejor si se escuchara más a los hombres y mujeres del teatro, a los dramaturgos y dramaturgas en concreto.

Es verdad que tengo por un lado esa suerte, pero también es verdad que se paga. Nada es gratuito, todo tiene su precio. Y asumo que cuando estás tan expuesto en una profesión haya algunos a los que les parezca malo lo que haces. He aprendido estos años a relacionarme con la crítica. Y creo que hay dos cosas muy peligrosas para un creador: el elogio unánime y la crítica feroz unánime. Esas dos cosas aplastan, a quien sea. Pienso que el equilibrio entre ellas es un lugar muy fértil para estar como creadores. Yo he aprendido mucho de críticas severas –algunas con razón– que me han hecho, y poco de críticas muy elogiosas, porque del elogio no se aprende nada, aunque de la crítica inmisericorde tampoco. 

Alguna vez he sufrido la incomprensión con alguna obra en particular, pero bueno, los creadores no somos infalibles, el teatro es la suma de muchas circunstancias, voluntades e imaginarios. Y hay obras que quizás no han alcanzado la temperatura que tenían que haber tenido. He vivido algo parecido al fracaso y me ha hecho muy libre. Se generan a veces expectativas sobre uno a las que no puede responder ni debe responder. ¿He fallado? Pues estupendo, ya está, como decía Beckett: fracasa mejor.

Alberto Conejero, estás en el Teatro Español con El sueño de la vida, dirigido por Lluís Pasqual, estuvo hasta principios de enero Todas las noches de un día –por la que acaba de ser nominado a los Premios Valle-Inclán– dirigida por Luis Luque en el Teatro Bellas Artes y ahora tú mismo diriges tu texto La geometría del trigo en el CDN. ¿Cómo estás viviendo este momento?

Lo llevo con agradecimiento y responsabilidad, pero lo vivo como una casualidad, la programación es caprichosa y puede generar una imagen muy distorsionada de la realidad, ya que los proyectos se han fraguado en diferentes años y de modo muy distinto. En el caso del Bellas Artes, es un teatro privado con una producción privada. Lo del Teatro Español es una producción pública y en La geometría del trigo en el CDN, donde estamos como compañía invitada, el grueso de la producción es mío, aunque cuento con el apoyo de la Diputación de Jaén, del Ayuntamiento de Vilches, de Producciones Teatrales Contemporáneas y La Estampida Teatro.

Hablemos de La geometría del trigo

Pues es la historia de un viaje de Barcelona a Jaén por Despeñaperros, es un hotel de mala muerte, es mi pueblo, mi infancia, el pantano, los olivos, la tierra roja. Es una obra en la que que, sin ser autoficción, yo de alguna manera estoy muy presente en ella a través de juegos íntimos en la escritura. Es un montaje muy andaluz por el lugar donde se desarrolla y porque los actores que interpretan a los personajes son andaluces, excepto una de las actrices que es madrileña y que paradójicamente interpreta a un personaje catalán. 

Cuando empecé a ensayar tenía una voluntad más épica, pero ensayándolo me he dado cuenta de cierta impronta chejoviana, en la torpeza de esos cuerpos y en lo que hacen esos personajes que son decididamente torpes en sus pasiones. He intentado rebajar la temperatura de todo el montaje. Es una obra que habla de la necesidad del amor como algo transcendente, pero no desde un lugar reaccionario, ni conservador. Tiene algo paliativo, no hay nada que se rompa del todo, siempre estamos a tiempo de cuidarnos y protegernos. Y proteger el vínculo que nos ha unido que siempre va estar.

Mi teatro está lleno de fantasmas, creo que tenemos que cuidar de nuestros muertos, saber quiénes fueron o qué hicieron a lo largo de sus vidas, eso nos puede ayudar. Este texto abre nuevos espacios en mi dramaturgia, no tiene un “happy end” como tal pero… es quizás la menos poética, la poesía está por otro lado pero no tiene tanta literatura.

Hay momentos en los que los personajes hablan en catalán, ¿por qué?

Para mí hay algo muy importante en traer el catalán a un escenario de Madrid, una realidad lingüística que no vemos en los teatros de aquí. Los momentos en que aparece el catalán no están acompañados de sobretítulos, porque creo que no es necesario. Somos capaces de escucharlo y entenderlo, tenemos que serlo. Si alguien tiene un problema con esto, es que tenemos un problema muy grave como país. Lo he hecho con esta intención.

Una obra de un autor andaluz, con actores andaluces a los que les he pedido que no escondan su acento –como gesto político también– hecha en el CDN y con momentos donde aparece la lengua catalana.

Por Chechu Zeta | 7 febrero 2019

Puedes ver La geometría del trigo hasta el 24 de febrero en el CDN y El sueño de la vida hasta el 24 de febrero también pero en el Teatro Español.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][wolf_video url=»https://youtu.be/k9q8Loe0unQ»][/vc_column][/vc_row]