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SILENCIO con M de Mayorga

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Por paradójico que nos pueda parecer, hasta el pasado domingo por la tarde la Real Academia Española (RAE) andaba sin un dramaturgo entre sus sillones, desde que hace un par de años muriera Francisco Nieva. Pareciera que a la institución se le hubiera olvidado que el teatro es también literatura. España.

En abril del año pasado, a propuesta de Luis María Anson, Luis Mateo Díez y José Manuel Sánchez Ron, el dramaturgo y doctor en filosofía Juan Mayorga era elegido para ocupar la silla M, que dejó libre el poeta Carlos Bousoño tras su fallecimiento en 2015.

En 1994, a punto de alcanzar la treintena, Mayorga, madrileño del barrio de Chamberí y por entonces profesor de Matemáticas en un instituto, estrenaba en la Sala Cuarta Pared de Madrid Más ceniza, el primero de sus textos teatrales llevados a escena de los casi sesenta –incluyendo piezas breves– que ha escrito hasta la fecha. En aquel momento no podía imaginar que su futuro iba a estar unido de por vida al Teatro, que hoy, veinticinco años después, iba a ser el autor de teatro español vivo más representado en el mundo, pero lo que seguro no sospechó es que aquella nueva profesión en la que se adentraba terminaría convirtiéndolo en académico de la Lengua.

El domingo a las siete de la tarde en el salón de actos de la Academia no cabía ni un alfiler, lo más granado de la profesión –que lo ha celebrado orgullosamente como un reconocimiento a sí misma– quiso acompañar al maestro de las palabras y escuchar de su boca Silencio, su discurso de ingreso, en el que habló tanto de la palabra en sí como de la idea. Miguel del Arco, José Sanchís Sinisterra, Sanzol, Lavelli, Andrés Lima, Nuria Espert, Flotats, Helena Pimenta, Messiez, José Carlos Plaza, Magüi Mira, Pedro Casablanc, Pablo Remón, Pere Ponce o la Portillo –entre otros– disfrutaron y en directo de un bello discurso en el que Mayorga homenajeó a los grandes silencios de la historia del teatro.

«No hay tragedia sin silencio, pero en ninguna este ocupa el centro como en Antígona, donde se representa el antagonismo entre la voz del tirano y todas las demás». Dijo también que «Silencio es la primera y la última palabra que se escucha en La casa de Bernarda Alba de Lorca» sin olvidarse de los silencios de Woyzcek, de Nina en La Gaviota o de los de Segismundo o Hamlet.

Explicó que silencio en el teatro es «la más conflictiva de sus palabras» recordando que puede «enfrentarse a todas las demás. Sucede que en el teatro, arte de la palabra pronunciada, el silencio se pronuncia […], puede pensarse y su historia relatarse atendiendo al combate entre la voz y su silencio. Sucede que en el escenario basta que un personaje exija silencio para que surja lo teatral; basta que, al entrar un personaje en escena, otro enmudezca; basta que uno, requerido a decir, se obstine en callar. Si el silencio es parte de la lengua, lo es, y determinante, del lenguaje teatral»

Y destacó la imprescindible necesidad del silencio en la comunicación cotidiana: «El silencio nos es necesario para un acto fundamental de humanidad: escuchar las palabras de otros. También para decir las propias. El silencio, frontera, sombra y ceniza de la palabra, también es su soporte. Por eso, los que hablan bien dominan, tanto como la palabra, el silencio, estructura fundamental del discurso, cuya arquitectura, atractivo e incluso sentido dependen en buena parte del saber callar. Los elocuentes saben que, si la sigue o la precede un silencio, el valor de una palabra se transforma».

«Enfermo de teatro» dijo «vivo pendiente de lo que las personas hacen con las palabras y de lo que las palabras hacen con las personas», tal vez por este paciente empeño, su brillante y personal producción dramática ha sido reconocida con hasta cinco Premios Max, el Premio Nacional de Teatro (2007), el Valle-Inclán (2009), el Nacional de Literatura Dramática (2013) o el Premio Europa de Nuevas Realidades Teatrales (2016) aunque se quite mérito y aseguré que no es «un científico de la lengua; soy más bien un carterista y un trapero y un remendón. Camino al acecho de palabras que, pinchadas en la plaza o en el metro, quizá merezcan una noche, cosidas a otras, subir al escenario».

Ahora, además de coser palabras unas a otras, y con qué mano, señores, tendrá la muy honorífica tarea de «velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad», objetivo fundamental de la Academia.

Enhorabuena, académico Mayorga.

 

Por Chechu Zeta | 21 mayo 2019

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