CHICHO
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Hubo un tiempo en que Televisión Española fue un estado teocrático y Dios: Chicho Ibáñez Serrador.
Hoy el divino baja del Paraíso para recoger de manos de la Academia de Cine el Goya de Honor. Nadie lo merece tanto como él.
Su legado a la gran pantalla es tan escaso como emblemático. Cine de culto del más genuino de los influencers. Y fue en la pequeña pantalla donde pudimos disfrutar con mayor intensidad las huellas de su genio. Chicho es ese brillante juglar que el pueblo siempre necesita para explicarse a sí mismo. Sus historias en ocasiones nos impedían dormir, en otras nos arrojaban a los pies de la frivolidad. Con él y antes que nadie pudimos hablar en paz y sin pudor de sexo. Y, en fin, el memorable. Un, dos, tres… aquel programa que disfrazado de concurso fue la mirada sociológica más aguda de nuestra historia.
Pero si algo hay que agradecer de Chicho es el astuto espíritu con el que combatió la mojigatería y censura de una época. Una aluminosis letal que hizo temblar constantemente los cimientos franquistas.
Chicho es un milagro, el mismo en que su madre le pedía que convirtiera su vida. Un milagro que también exigía a quienes le acompañaban. Por eso todos los que tuvieron la fortuna de trabajar junto a él confiesan amar a ese hombre que lo ponía todo tan difícil.
Gracias por tanto, Maestro.
JUAN CODINA
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