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Clara Sanchis

CLARA SANCHIS. UNA HABITACIÓN PROPIA

En 1928 Virginia Woolf dio unas conferencias sobre mujer y literatura en las dos únicas universidades femeninas que había en Inglaterra. En ellas reflexionaba sobre la imposibilidad de que las mujeres pudiesen ser algo más que simples cuerpos domésticos sin derechos ni libertades, condenadas a criar hijos y a cuidar de la casa apartadas casi por completo del acceso a la educación, la cultura y el arte. Al cabo de un año aquellas palabras verían la luz en forma de ensayo y se convertirían para siempre en un clásico de la escritura y el feminismo. Hoy, casi cien años después, las cosas han cambiado mucho, la sociedad es muy diferente a aquella en la que se publicó por primera vez UNA HABITACIÓN PROPIA, aunque igual las cosas han cambiado más para unos que para otras. 

Hasta hace poco yo no sabía cómo era la manera en la que caminaba Virginia Woolf. Tampoco tenía idea de cómo sonaba su voz, pero esto era hasta hace poco más de un mes, ya digo, porque ahora lo sé, sí. Lo descubrí una tarde de mediados del pasado noviembre sentado en una butaca del Teatro del Barrio. Resulta que yo pensaba que iba a ver una función, pero no, no. Resulta que lo que vi no era la versión teatral realizada y además dirigida por María Ruiz de UNA HABITACIÓN PROPIA, no. Ni la iluminación de aquello tampoco la había creado Juan Gómez Cornejo, ni aquel vestuario lo había diseñado Helena Sanchis, y por supuesto aquella que encarnaba a la escritora inglesa no era Clara Sanchis.

A la capacidad de hacer esto muchos lo llamarían magia. Para mí tiene otro nombre: Arte. Y oficio. 

Al terminar la función, esperé con Codina a que saliera Clara, quería presentármela y de paso ver si cuadrábamos la posibilidad de hacer algo para el blog del Estudio. Y así fue, tuvimos una primera toma de contacto y quedamos en que la llamaría al cabo de unos días a su vuelta de no recuerdo qué lugar para ver lo de la entrevista o lo que fuera. Y ahí comenzó lo que ha sido nuestra  divertidísima historia, a modo de relación epistolar pero a través de audios de WhatsApp, que ahora con cada palabra que escribo parece estar acercándose cada vez más al final, o no. Voy a intentar ser concreto, pero no prometo nada. Esta entrada de blog  no terminaría jamás si se me ocurriera intentar relataros lo complicado que fue conseguir volver a vernos. De la de veces que parecía que sí pero al final no, de los muchos audios en los que nos terminaba dando da la risa por imposible, de las ganas de hacerlo y de la incompatibilidad de nuestros horarios. Bueno, a veces no es que no coincidiéramos en el tiempo, es que no coincidimos ni en el el espacio de un mismo país. Hubo un momento en que empecé a sentir que se acercaban las últimas funciones y que el empeño que le estábamos poniendo igual terminaría siendo un lo que pudo haber sido y no fue, porque no parecía que el ansiado encuentro se fuera a producir antes de que terminasen las funciones y dejaran de estar en cartel, y entonces todo aquel empeño dejara de tener sentido. Pero no queríamos rendirnos, recuerdo algún audio en el que casi nos jurábamos que lo haríamos sí o sí. Sabíamos que tenía que ser y fue. Por los pelos, pero ha sido. Mañana domingo 12 de enero a las 6 de la tarde es la última ocasión para disfrutar de esta función (de momento) en el Teatro del Barrio. 

Finalmente, un par de días antes de las vacaciones de Navidad lo conseguimos. Cogimos el equipo de grabación y nos fuimos al Teatro del Barrio a hacerle a la Sanchis una pequeña entrevista -que nunca lo fue, pequeña, quiero decir- y que como todo lo que nos había ocurrido hasta entonces parecía dilatarse en el tiempo hasta el punto de devorarnos. Se me estaba yendo de las manos, aquello era una conversación, una tertulia o llámalo como quieras, pero ni de coña algo que se le pareciese a lo que podría ser un simulacro de entrevista. Conseguir montar un vídeo  con tantos minutos iba a ser un despropósito, Eugenia me iba a matar, y yo no iba a conseguir transcribir aquello ni a aunque volviera a nacer, pero allí seguíamos, agustitico, charlando como cotorras sin fin. Madre mía. 

Como bien me anunció Clara casi al principio, nos habíamos juntado el hambre con las ganas de comer. Lo primero Virginia, claro, hablamos de su lucidez, de lo brillante de su discurso, de lo moderno e inteligente de su talento y de su sentido del humor, y de lo valiente que fue. Pero una cosa llevó a la otra y luego seguimos con lo de la esperanza puesta en estas jóvenes mujeres, casi adolescentes, que vienen, y de lo concienciadas que están, y de lo absurdos que son muchos de los comportamientos que adoptamos al asumir cualquier género, sea cual sea el que elijamos. De cómo María, la directora, en una ocasión del pasado le propuso que para hacer el personaje fuera más masculina y aquello le abrió mil posibilidades. También hablamos de lo bello que es que cada vez haya más hombres feministas. Del desprecio que han tenido casi todos de los gobiernos que hemos tenido  hasta la fecha por todas las artes. De lo bello de esta profesión, de lo inestable, de que igual lo que está pasando es que estamos volviendo al lugar donde estuvimos siempre o de que no deberíamos permitirnos trabajar gratis. Me contó que cuando tenía siete años le preguntó a una niña que estudiaba piano que qué tenia que hacer para conseguir tocar ese instrumento. Seguimos con el recuerdo de cuando se dormía oyendo las teclas de la máquina de escribir de su padre o de cuando lo hacía oyendo a su madre memorizar textos. De lo importante de la escritura en su vida. De aquel tiempo en el que el miedo se apoderó de ella y no pudo seguir tocando el piano en público y de cómo está disfrutando poder volver a hacerlo. De cuando comenzó en esto por casualidad porque en realidad no quería ser actriz de ninguna de las maneras, de sus pinitos cabareteros, de aquella que vez que se dijo a sí misma en el balcón de su casa «déjate de tonterías y asúmelo ya: eres actriz». De lo interesante que sería aprovechar los sofocos de la menopausia como fuente calórica o de lo bueno y lo malo de ser de ser hija de. De que se considera optimista y que la madurez tiene algo fantástico, también tuvimos tiempo de abordar los mecanismos de la desigualdad y me habló de cuando dejó de culparse por no centrarse solo en una cosa o de cómo este oficio te obliga a investigar en el alma humana. O de cómo este proyecto nació como algo inspirado en Virginia pero no con la intención de hacer de Virginia. De de que está segura de que la elocuencia tiene que ir antes que la emoción. También hubo un momento para toda esa gente que hay en  la profesión con muchísimo talento y que no está trabajando. De la ilusión que le provocan Los Pájaros Fontaneros, el grupo de música que ha montado entre gira y gira de teatro con tres compañeros de profesión. De lo feliz que la hace poder tocar el piano en este espectáculo y de que debería ser casi obligatorio tocar un instrumento, cantar o bailar en el proceso de aprendizaje de este oficio. Me aseguró que se siente afortunada. Que le encanta esa frase de Teresa de Jesús que dice que en la contradicción está la ganancia. Me contó que la tarea de escribir un artículo semanal para un periódico la obliga a observar a los demás, a mirar fuera, porque lo que le pasa a uno mismo deja de tener interés pronto, se gasta. De que Virginia no se rinde nunca, a pesar de lo que pudiera parecernos. Y de que en lo creativo no es necesario el sufrimiento, que ya basta. Y aconseja a las jóvenas que está muy bien tener un plan B, encontrar otra cosa en lo que poner tu empeño si quieres dedicarte a esta profesión, porque esto ya sabemos como es. 

Ahora que ya termino recuerdo aquel audio en el que me explicaba que los dos días previos a la entrega del artículo intenta que sean sagrados, y que si puede se los reserva a toda costa. Creo que esto de escribir a mí cada vez me parece más difícil. En esta ocasión –el terrorista al que nada le vale que alberga mi interior– me ha hecho destruir dos versiones de lo que estáis leyendo con el consecuente retraso que eso me ha acarreado. 

Me dijo que hubo mucho tiempo en que lo pasaba fatal escribiendo. Pero que la única solución para poder seguir haciéndolo es alejarse del miedo y encontrar una manera de hacerlo lo más parecida a la forma en la que hablas, sin grandes alharacas. Me pareció un gran consejo. Parece sencillo pero no lo es, yo hoy casi me arranco la piel intentándolo.

Gracias por compartir, Clara.

Por Chechu Zeta | 10 enero 2020

CAROLINA DE LA MAZA Y MARCO LAYERA. Teatro la Re-Sentida

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»60″ text=»CAROLINA DE LA MAZA Y MARCO LAYERA TEATRO LA RE-SENTIDA» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»3em»][vc_column_text]

El año pasado la compañía chilena La Re-sentida inauguraba el Festival de Otoño con Tratando de hacer una obra que cambie el mundo en la que contaban la historia de un grupo de actores que lleva años encerrado en un sótano ajeno a la realidad, obsesionado con crear una función que cambie la sociedad. El pasado domingo terminaba la edición del Festival de Otoño de este 2019 y los re-sentidos chilenos han vuelto a formar parte de su programación. En esta ocasión con Paisajes para no colorear, un impactante espectáculo protagonizado por nueve adolescentes de entre 13 y 17 años, que tiene como detonante los incontables actos atroces de violencia cometidos contra adolescentes de sexo femenino en Chile y en el resto de Latinoamérica. 

Ayer comenzaba en Madrid la Cumbre Mundial del Clima COP25 organizada deprisa, corriendo y casi de manera improvisada por nuestro país en un tiempo récord después de que el presidente de Chile, el empresario conservador Sebastián Piñera, admitiera hace un mes que la violencia en las calles hacía imposible la organización del encuentro. Todo estalló por el aumento de la tarifa del metro de la capital del país pero aquello no era más que la punta del iceberg del profundo sentimiento de frustración una parte grande de la población que se siente al margen del desarrollo del país en los últimos 30 años. La mayor crisis social y política que haya enfrentado el gobierno de Chile desde el retorno a la democracia en 1990.

Hemos tenido la oportunidad de hablar en estos días con Marco Layera y Carolina de la Maza, director y dramaturga de la compañía de teatro chilena y la primera primera pregunta era obligada.

Cuál es la situación ahora mismo en Chile? 

La gente se está movilizando. Está muy complejo todo, no sabemos para dónde va, sigue la represión policial. Pareciera que el gobierno ya no sabe qué hacer. Lo que más nos preocupa son las violaciones a los derechos humanos que estamos viviendo. Es uno de los momentos más oscuros de nuestro país, frente a eso estamos todos movilizados y hay que estar en las calles. Esto es un hecho histórico, único, de reivindicaciones de derechos, de justicias. Estamos viviendo un momento de experimento del sistema neoliberal. Estamos viviendo muchas injusticias, muchas desigualdades. Esto se veía venir, así que ahora hay que estar en la calle haciendo comunidad. Es muy bonito lo que está pasando, por primera vez hay un proyecto colectivo, nos olvidamos de individualidades y en cada esquina se conversa, se discute, se está fraguando una nueva forma de hacer comunidad. Eso es superbello pero muy triste, porque tenemos una clase política absolutamente indolente. En los últimos días ha habido protestas muy fuertes con actos violentos importantes, con saqueos. La sociedad se está polarizando nuevamente. Ojalá que la clase política escuche al movimiento social y podamos construir un nuevo Chile, no solo desde los partidos sino desde las bases sociales. Que el pueblo tome las riendas para construir su destino. Todos los viernes hay marchas y hay una parte del centro de Santiago que está tomado por las movilizaciones y una represión policial brutal.

Cómo nace la Re-sentida? 

Nace hace once años. Después de egresar de la escuela convoqué a algunos compañeros y compañeras con los que había trabajado y nos juntamos a hacer un trabajo generacional que hablara de por qué nos sentíamos resentidos, heridos, como ciudadanos. Lo que teníamos era mucha rabia y mucho dolor. Nos tocó vivir una transición a la democracia, una democracia pactada. Entonces nos sentíamos muy traicionados por aquellos que recuperaron la democracia y que nos prometieron aquel lema: la alegría ya viene, pero nos dimos cuenta de que la alegría nunca llegó. Nos sentimos heridos con el orden de las cosas, con nuestra historia. Heridas que no sanan. 

Re-sentir también significa volver a sentir desde la distancia y más profundamente. Desde esa perspectiva nosotros nos sentíamos como generación muy traicionados, nos dijeron que íbamos a recuperar la democracia y encontrar un país justo e igualitario, y lo que vivimos fue la admistración del sistema dejado por Pinochet. No nos dimos cuenta de que la izquierda lo que hizo fue acomodarse en sus asientos y renunciar a todo su legado ideológico, y de alguna manera todo aquello ha terminado en esta explosión social. Con esto termina, de alguna u otra manera, la transición a la democracia. 

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Nosotros encontramos la manera de hacer un teatro que hablara de nuestras contradicciones, de nuestras heridas. De revelar escénicamente las contradicciones de nuestra sociedad y siempre como un instrumento de crítica, de reflexión. Y también como un espacio para interpelar políticamente al espectador y a nosotros mismos, ya que no creemos que el artista sea un héroe, porque igualmente vivimos contradicciones y ponemos en tela de juicio lo que creemos y lo que no, la utilidad del teatro, siempre estamos reflexionando en torno al teatro. ¿Para qué?, ¿por qué? 

Para nosotros hoy en día es absurdo meternos en nuestra sala de ensayo a trabajar estando como está la calle, es imposible estar encerrados haciendo teatro así, el teatro es inoficioso en estos momentos. Hemos decidido, como compañía, que no podemos estar en nuestra sala jugando a hacer la revolución, a hacer teatro, cuando lo realmente importante está pasando fuera. Hemos tomado la decisión de no ensayar y de abrir el espacio que tenemos para colectivizar saberes, para articular acciones y para hacer comunidad de otra manera. Estar en la calle es lo más importante para nosotros ahora, es lo más efectivo, ya llegará el tiempo para volver a ensayar y hacer teatro.

Es complicado, las imágenes son muy fuertes, metaforizar sobre eso es complejo. Se viene un gran trabajo por delante. 

Cuál es la situación de la mujer en Chile hoy? 

Uy, a mí eso no me gustaría responderlo, yo siento que una mujer debería hablarte de eso. No me atrevería a responder, acá al lado está mi pareja (Carolina de la Maza) que también fue parte importante de este proyecto, se encargó de la dramaturgia y creo que es mejor que ella responda a esa pregunta. Espera un segundo, normalmente repartimos el cuidado de nuestro hijo, ella viene y yo me ocupo de él. 

Y así hicimos, Marco dejó el teléfono para pintar con su hijo y al otro lado del auricular sonó la voz de Carolina

Con el despertar de esta nueva ola de feminismo creo que hay mucha más conciencia de la desigualdad de derechos.  Sin embargo, hay un sector de la sociedad, incluidas mujeres, que está muy en contra del feminismo, no lo comprenden no lo entienden, no se sienten identificadas con la lucha feminista. Está muy estigmatizado, hay mucha ignorancia al respecto.

Mientras estuvimos creando la obra, durante un año organizamos talleres gratuitos para chicas adolescentes y les hacíamos una batería de preguntas. Entre ellas estaba si habían sentido violencia de género, si habían sido víctimas de violencia de género. Siempre contestaban que no, y eso nos llamaba mucho la atención. Pareciera que por el hecho de poder votar o estudiar ya estuviera todo en orden. Luego fuimos advirtiendo que las propias chicas nos contaban que con uniforme eran acosadas en las calles, les contábamos que aquello era violencia de género y ahí empezaban a tomar conciencia, pero en un principio no lo registraban como tal, les costaba ver que su opinión era validada. El propio sistema de salud, solo por ser mujer y estar en edad de parir, es mucho más caro que para los hombres. Tienes problemas para ser contratada si estás en edad de quedar embarazada, siempre te van te discriminar. 

Chile es muy grande y muy variado. Todo depende de dónde te encuentres, de en qué lugar del país estés situado. En cuanto te alejas de las burbujas que son, por ejemplo, el centro o vivir en Santiago y sales al mundo rural, el pensamiento o la cultura es diferente. Yo creo que hay poca conciencia y diría que toda esta ola feminista es una minoría. 

Hace un mes fuimos a hacer unos talleres con niñas adolescentes en una población de clase muy baja en Santiago, y cuando tocábamos el tema del aborto era muy duro ver que existe el mismo discurso que tiene la gente conservadora y de derechas. Las niñas en contra del aborto. El machismo era una cosa efervescente. Nosotros, cuando hacemos los talleres, tratamos de no censurar porque así también aparece la realidad, pero yo también me cuestionaba aquello de cómo no les vamos a decir nada, cómo no corregir algo. En improvisaciones los chicos improvisaban con las chicas como si fueran objetos, repitiendo patrones de conducta altamente machistas. Hay sectores muy grandes de la sociedad chilena en los colegios donde se sataniza el feminismo o ni siquiera se habla de ello. 

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La energía que desprenden estas nueve niñas y adolescentes, de entre 9 y 13 años, su irreverencia, su seguridad o la descorozonadora fragilidad que pueden llegar a poner encima del escenario. Evidentemente, percibimos el juego y el ejercicio dramático, pero por el nivel de implicación de algunas de las situaciones pareciera que están contando sus historias reales. ¿Todas ellas son actrices? ¿Habían trabajado anteriormente? 

De las nueve solo dos tenían experiencia previa, una había hecho cine y televisión desde muy pequeña y la otra había estado desde siempre muy vinculada a talleres de teatro en su colegio. Pero del resto ninguna de ellas. En la convocatoria que hicimos dejamos claro que no se necesitaba experiencia previa y que tenían que mostrar algo que les gustara hacer, y fue muy bello y libre porque hubo niñas que mostraron sus dibujos y no necesariamente actuaron, cantaron o bailaron. 

En las audiciones seleccionamos a 25 chicas con las que nos encerramos un mes intensivo a ensayar, de donde fueron saliendo muchos de los testimonios, y les hicimos investigar en casos de menores de edad que fueron asesinadas en Chile y Argentina. Y finalmente después de un mes seleccionamos a 9. Tomamos testimonios de chicas que no son el elenco, pero que las seleccionadas fueron testigo de cuando sus protagonistas lo relataron, y estas lo recogen y se empoderan. También dos de ellas colaboraron en la dramaturgia.

El monólogo del padre nació de la improvisación que hicimos a partir de la historia que nos contó una chica que no está en el elenco. Es un compendio de las cosas que todas fueron diciendo al enfrentar a su padre y lo que no les gustaba de él. Cosas que yo le diría también a mi padre. 

¿Cómo habeis conseguido que resulten como actrices profesionales? 

La chica que había hecho teatro sirvió de estímulo y ejemplo al resto, es una persona muy humilde y las demás la admiraban mucho. Al trabajar con testimonios son conscientes de que esa realidad es la que tienen que llevar al escenario. Nunca antes habíamos trabajado grabando los ensayos y fue un gran hallazgo. Claro, cuando salía una buena improvisación quedaba registrada, y después trabajábamos cada coma o cada respiración. Y a la vez nos servía a nosotros para tener apoyo y que pudieran entender cómo repetir y desarrollarlo. Y por supuesto el talento que tienen para esto. Nosotros también hemos trabajado con gente en otros talleres que sí han recibido formación para interpretar, y al final resulta que están encorsetados en unos códigos que no funcionan. Ha sido muy bonito encontrar en ellas esta manera de hacer y de actuar. 

¿Cómo es la recepción fuera de Chile, me gustaría saber si notáis grandes diferencias en la reacción del público en otros países?

En general las reacciones son muy parecidas, hemos mostrado la obra en Chile y Brasil y la gente siempre empatiza, siempre recibe muy bien el espectáculo, el público suele emocionarse y llorar. Aunque ahora en la última función que tuvimos en Madrid nos ocurrió algo que nunca nos había ocurrido, una señora desde el público empezó a gritarle a las niñas que eran unas histéricas, y al final de la función casi tuvo que salir huyendo del teatro entre los aplausos de los espectadores a las actrices. Las chicas reaccionaron y comenzaron a lanzarle el discurso final a ella, que no se callaba. Fue violento pero a la vez fue bonito ver cómo las chicas no se debilitaron.

Es muy bonito también ver a muchos hombres llorar, que empaticen. Es más normal que las mujeres, al recordar alguna situación de las que ocurren en escena, se emocionen. 

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El caso de Liseth Villa…

Ese fue un caso pero son muchos más, en diez años murieron 1313 niñas y niños violados o maltratados en centros donde debían ser protegidos y cuidados por el estado. Nadie hizo nada, nadie sabía nada. Un desastre. 

¿Qué diferencias hay entre esta nueva generación y la nuestra? 

El nivel de información al que pueden acceder los jóvenes hoy en día es muy diferente. El otro día una de ellas, que tiene trece años, me decía: Estuve ayer toda la tarde viendo el debate sobre el aborto en Argentina. Yo a los trece años no estaba pensando en eso, no estaba interesada en ver un debate, estaba jugando en la plaza de mi pueblo, era mucho más ingenua. Las nuevas tecnologías y las redes sociales tienen inconvenientes, claro, es una generación que publica continuamente su vida, se exponen mucho, pero tienen un acceso a la información muy grande que les permite estar superinformadas y empoderadas. Algunas de ellas te dan cátedra respecto al género o la sexualidad, y por mucho que sus padres en casa les digan que esto o aquello esta mal, a través del teléfono pueden acceder a conocer testimonios de otras personas y decir: no, esto es normal, esto se llama así, a mí me pasa esto, esto esta bien. Y cuando llega el momento de dialogar con sus padres son capaces de explicarles lo que a ellas les esta pasando.

¿Para qué hacéis teatro?

Porque estoy disconforme con la sociedad en la que vivo y porque siento que en el teatro puedo armar una pequeña comunidad en la que vivir como a mí me gustaría que funcionara el mundo. En esta compañía encontré un espacio donde puedo relacionarme con personas de igual a igual, donde no existe desigualdad de género, donde todas las opiniones son validadas, crear en colectivo, un espacio desde donde dar la batalla y decir lo que opinamos. Este último espectáculo es el proyecto más emocionante en el que he estado, con el que más agradecida me siento con el teatro, porque siento que significó un cambio en las chicas, en mí, en sus padres. Eso ha sido muy importante. El espacio que encontraron las chicas en los talleres para dialogar con personas adultas y constatar que sus opiniones son importantes. Este espectáculo me modificó profundamente.

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Ballet triádico o Das Triadische Ballet

DAS TRIADISCHE BALLETT

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»40″ text=»EL ARTISTA DEGENERADO» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»2em»][vc_column_text]

Das Triadische Ballett (El Ballet Triádico) ocupa un lugar preeminente en el conjunto de la obra de Oskar Schlemmer, profesor e ideólogo de la Bauhaus. A ninguna creación se dedicó una y otra vez con tanta intensidad, ni para ninguna otra tuvo tantos grandes planes y en ninguna depositó tantas expectativas. Se trata de un baile sinfónico, dividido en tres partes que evolucionan desde lo hilarante a lo solemne. 

Con Das Triadische Ballett, Schlemmer le dio vida a una de las creaciones de danza más relevantes del siglo XX. Sus figurines intemporales están envueltos, aún hoy, en un halo de utopía. 

La primera parte, que se desarrolla sobre un escenario vestido de color amarillo limón, es de tipo cómico–burlesco. El tema tratado en la segunda parte, sobre un escenario vestido de rosa, tiene un aire festivo-ceremonial. Finalmente, la tercera se desarrolla de forma místico-fantástica delante de un fondo de escenario totalmente negro. Tres bailarines, dos hombres y una mujer, realizan doce bailes de forma alterna. 

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Reconstrucción realizada en 1970 por Margaret Hastings a partir de los bocetos, fotografías y documentos de Oskar Schlemmer

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Los trajes limitan deliberadamente la libertad de movimiento de los participantes debido al peso de los materiales con los que están confeccionados, a sus formas y a las máscaras que portan. Son estructuras arquitectónicas ambulantes que se mueven de un modo cómico, juguetón, sostenido y torpe por todo el escenario. 

Para sus figurines, Oskar Schlemmer aprovechó las nuevas tecnologías de su época, “los aparatos científicos de vidrio y metal, los miembros artificiales que se usan en la cirugía, los fantásticos trajes militares y de buzo” (Schlemmer, 1924); atuendos militares como los que conoció durante la Primera Guerra Mundial. 

Das Triadische Ballett y, en especial, los figurines Der Abstrakte (El Abstracto) son motivos que se repiten una y otra vez en la obra de Schlemmer. El artista basó sus figuras tipo en los descubrimientos y experiencias acumulados durante la concepción y realización de los figurines para el ballet; figuras que publicó en 1924 y que se convirtieron en la base de sus clases de teatro Der Mensch (El Hombre) y de las danzas experimentales del Teatro de la Bauhaus en Dessau. Los figurines determinan el espacio y crean la arquitectura, la edificación se convierte en escenario, los figurines en estructuras arquitectónicas que bailan, ambulantes, y en la escenificación de la arquitectura de la Bauhaus en Dessau, el edificio se convierte en el escenario. A pesar de su abstracción del individuo y de sus rasgos escultóricos, el hombre intelectual posee un papel protagonista. 

Las primeras representaciones tuvieron lugar en 1916. En 1922 se estrenó Das Triadische Ballett, que se representó en los años veinte, entre otros lugares, en la Bauhaus en Weimar y Dessau y por última vez en París en 1932 por invitación de Fernand Léger. Se expusieron figurines en 1934, en la Exposición Universal de París, y en 1938, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En 1922 se representó por primera vez Das Figurale Kabinett (El Gabinete de Figuras) en la Bauhaus en Weimar. 

Oskar Schlemmer nació en la ciudad alemana de Stuttgart en 1888. Tras finalizar sus estudios de Bellas Artes en la Academia de la ciudad, fue llamado por Walter Gropius para incorporarse a la recién creada Bauhaus, comenzando como docente en Weimar y posteriormente en Dessau; más adelante en las academias en Breslau y Berlín. Él mismo era bailarín y pintor. Una doble naturaleza, un doble don, que desembocará en un conflicto, en una polaridad indisoluble: Pintor–bailarín, apolíneo–dionisiaco, rigidez de la antigüedad–mística del gótico. 

Sus primeras visiones de 1912 sobre la danza, sus experiencias en el Teatro Estatal de Stuttgart en 1921 con Mörder, Hoffnung der Frauen (Asesinos, esperanza de las mujeres) y Nusch-Nuschi (El Farfulleo), las de los años siguientes para Spielzeug (Juguete) con música de Tschaikowsky, las piezas musicales Les Noces, Le Rosignol, Le Renard de Igor Strawinsky y su creación Das Triadische Ballett de 1922, mantuvieron un diálogo permanente con su obra pictórica y plástica, con sus temas centrales “Hombre y Figura Artística” y “Hombre en el Espacio” y, una vez más, con las formas de danza experimentales y los comienzos de la Performance Art que experimentó con sus estudiantes en el Teatro de la Bauhaus. 

Su faceta artística abarcaba un amplio y rico abanico de formas de expresión como el dibujo, la pintura, la escultura, la tipografía y el diseño, así como el baile, la coreografía, la escenografía y vestuario teatral. Estigmatizado por los nazis como “artista degenerado”, Schlemmer murió sumido en el “destierro social” en 1943, en la ciudad alemana de Baden-Baden. 

C. Raman Schlemmer
The Oskar Schlemmer Theatre Estate 

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LLEGAR A LA META

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»72″ text=»LLEGAR A LA META» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»2em»][vc_column_text inline_style=»10px»]Entre los momentos buenos 

de este arte del no hacer 

destacaría el primero: 

el despertar a tu lao 

mientras aún profundo duermes, 

mirando al techo, al regalo 

que fue un mandala de plumas 

que evitan los sueños malos, 

en él giran fotos tuyas 

disfrutando del verano. 

Libros de derviches suman. 

El silencio no es alerta. 

Días de fuerte tormenta 

y el río que cruza el patio. 

Corazón fuera de venta 

lo estremece el calorazo. 

Qué feliz, no siento losa 

y a mi lao respiras mientras 

y a los pies la perra goza 

y tumbá se despereza 

y nada quiebra. 

 

Y es porque nada está herío, 

todo vive dentro casa, 

peces, pájaros y hormigas 

y hasta el cactus de la casa 

ha sido siempre uno más 

y por más que miro y miro 

me parece puro y limpio,

sin heridas está el nío, 

o son heridas pequeñas. 

Que me cuesta a mí entender 

qué tan difícil saber 

Qué hacen hombres y mujeres 

negándose a conquistar 

estos plácidos quereres. 

Vaya coche, vaya casa, 

cómo se puede pensar 

en una autocontención, 

sobriedad y austeridad 

con tanta plata, 

con tanta plata en acción.[/vc_column_text][vc_empty_space height=»2em»][wolf_video url=»https://youtu.be/YlGSJu1yc40″][vc_empty_space height=»2em»][vc_column_text]

Cómo se puede pensar 

en conversar y en hablar 

si ahora todas las palabras 

son de la publicidad. 

Cómo se puede pensar 

en confiar en los sueños 

si hace tiempo que los sueños 

dejaron de ser ya nuestros, 

Y cómo se puede pensar 

en poner las flores en alto 

si las pobres siempre están 

escondidas en el asfalto, 

Cómo se puede pensar 

que es igual bajo que alto, 

pues ya ves, 

si todo sigue un precio por día, 

cómo se puede pensar 

en ser uno mismo 

si nadie hoy reconocería 

quién se esconde en cada papelón. 

Cómo se puede pensar 

hasta en el comer bien

si los transgénicos reinan 

de la cabeza a los pies. 

El agua ya es de botella 

y el animal vive en jaulas 

y los bebés en las aulas 

durmiendo sobre carpetas. 

 

Cómo se puede pensar 

en disfrutar de la paz 

si caen tres cada segundo, 

pensar en filosofar 

sin un sustento seguro. 

Cómo se puede intentar 

admirar alguna estrella 

si su luz no va a llegar 

con tanta bombilla intensa 

rompiendo la oscuridad. 

Cómo se puede pensar 

en ser feliz alguna día 

si el capital en la brecha 

no para de provocar 

más almas insatisfechas, 

Cómo se puede pensar 

en pensar y hacer conciencias 

si es frenético el andar, 

si no importa el caminar, 

solo llegar a la meta. 

 

LEGAR A LA META es una adaptación que la heterodoxa cantaora Rocío Márquez hizo de los poemas Entre los momentos buenos del día Como se puede pensar en comer bien de Antonio Orihuela y que incluyó en su último disco VISTO EN EL JUEVES.

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ENTREVISTA A JOSÉ ANTONIO MARINA.

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»72″ text=»LA TECNOLOGÍA ESTÁ CREANDO UNA PASIVIDAD PELIGROSA» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»3em»][vc_column_text]

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina (Toledo, 1939) cree que se está extendiendo una «idea destructiva»: ¿para qué lo voy a aprender si lo puedo encontrar en Internet? Él contesta con una diapositiva de las cuatro ecuaciones del campo electromagnético de Maxwel: ¿Las entendéis? Cree que hay que reivindicar el conocimiento y ha escrito un libro, Historia visual de la inteligencia (Conecta), en el que con textos, mapas mentales y jeroglíficos repasa la historia de la humanidad hasta la inteligencia artificial.

Los nórdicos invierten mucho en educación infantil porque el cerebro se forma entonces. ¿Deberíamos poner más fondos?

Es importante porque en la primera infancia, hasta los siete u ocho años, el cerebro es extraordinariamente plástico y se establecen las conexiones neuronales. Pero uno de los descubrimientos más sorprendentes de la neurología, ya hace 15 años, es que hay una segunda época dorada del aprendizaje, en la que se rediseña el cerebro con un tipo nuevo de neuroplasticidad, entre los 13 y los 18 años. Cambia la anatomía del cerebro, los grandes hábitos se implantan mejor y podemos corregir fallos educativos.

De modo que no se puede descuidar a los adolescentes.

El niño tiene que aprender a organizarse en el mundo al que ha venido y el adolescente aprender porque se va a emancipar. Siempre hacemos responsables a las hormonas de las alteraciones en la adolescencia, pero también está cambiando la forma de funcionar el cerebro. Hay que aprovechar esta capacidad.

Se les reprocha tener déficit de atención, de hecho, las clases son más cortas (50 minutos).

Hasta un 12% de los alumnos tienen problemas de atención. El uso de móviles está dificultando la atención voluntaria. Al mirarlo y volver a la tarea podemos perder hasta el 40% de la información que manejábamos. Es una especie de hacer y deshacer. Un síndrome compulsivo, si no miran la pantalla cada tres o cuatro minutos empiezan a sentir una especie de angustia. Eso es un disparate completo. Ese trajín puede ser de 300 o 400 veces al día. Hay mucha gente que no es nativa digital y empieza ahora por el móvil a tener dificultades para leer un texto medianamente largo. Eso es un empobrecimiento intelectual absoluto y dramático.

¿Habría que hacer como en Silicon Valley que prohíben el móvil a las cuidadoras?

En mi libro se cuenta cómo la tecnología está haciendo las cosas tan fáciles que empieza a resultar casi insoportable hacer un pequeño esfuerzo. Queremos que una aplicación lo resuelva todo. Al final se crea una pasividad que es peligrosa. No hay que ser solo bueno técnicamente sino crítico.

EL 85% de los trabajos de 2030 no se han inventado, según el informe Dell Technologies. ¿Estamos preparados?

En 2040 o 2050 no solo habrá cambios en los trabajos, sino desembarco de sistemas potentísimos de inteligencia artificial, de microimplantes neurológicos, de drogas de la memoria o de avances genéticos, aunque estos más lentos. Y hay compañías informáticas —en especial Google— preparadas para hacerse con el talento con programas educativos muy potentes, mientras que en el mundo de la educación no estamos reaccionando. Este libro aborda cómo el mundo de la inteligencia artificial maneja muy bien la parte cognitiva pero no la parte emocional, que es la que nos lleva a tomar decisiones.

Canarias imparte la materia Educación Emocional.

La asignatura se queda corta. No podemos decirles a los alumnos cómo resolver los problemas que tendrán, pero sí proporcionarles recursos para ser rápidos en aprender, tenaces, optimistas… Tienen que saber gestionar las emociones, sobreponerse al fracaso, disfrutar de las cosas buenas, saber elegir las metas, saber centrar la atención… La rapidez en el aprendizaje es lo que nos ha definido como especie y por tanto es el núcleo de lo que somos.

Usted se pregunta por qué si somos tan inteligentes hacemos tantas tonterías.

Por ejemplo, en Reino Unido se plantean que el Brexit va a ser malo para ellos y la Unión Europea. La psicología estudia la inteligencia como si fuese una facultad individual, pero se da en un entorno social que la favorece o la destruye. Con el nacionalismo hay que plantearse si se están tomando decisiones inteligentes o entregando emociones que no se sabe bien adónde conducen. Y todo esto es teoría y práctica de la inteligencia y la educación.

Distintos informes manifiestan que los alumnos no practican el mens sana in corpore sano. ¿Es grave?

Educación Física es una asignatura que en España metemos de clavo y con poco tiempo cuando el ejercicio es el gran protector el cerebro. Por eso la gente mayor debe ejercitarse más físicamente que intelectualmente. Y, si el deporte es reglado, a los niños les organiza mucho la conducta y es un antídoto contra la obesidad, la droga o el alcohol. Además, deberíamos dar más protagonismo a los profesores de Educación Física y Teatro, porque tienen un acceso —sobre todo en secundaria— a los alumnos diferente. Nadie en en la cancha discute que el entrenador sabe cómo se juega y quiénes son los jugadores.

Por Elisa Salió

Esta entrevista fue publicada por el diario EL PAÍS el 30 de octubre de 2019

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VERÓNICA RONDA. LA ACTRIZ TOTAL

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El viernes pasado nos fuimos a El Pavón Teatro Kamikaze a echar un rato de charla con Verónica Ronda, que justo ese día cumplía años, para que nos contara qué tal eso de formar parte del último montaje que ha dirigido Miguel del Arco, RICARDO III y hablar un poco de la profesión y sus caminos. 

En estos momentos en que las fake news parecen tener más peso en nuestras vidas que las real news, Miguel del Arco y Antonio Rojano firman una versión brillante y tremendamente actual del Ricardo III de Shakespeare -escrita en 1592- y transportan la sociedad inglesa de entonces a la España política y social de nuestros días.  Y nos muestran a toda esta caterva de reyes, jueces, ministros y un largo etcétera de autoridades y ladillas juntos, revueltos y bien podridos. 

Sobrepasa lo esperpéntico, es una locura, el hedor que sale de las instituciones es insoportable, ¿no, Verónica?

Es lamentable que en quinientos años que han pasado resulta que la historia sigue siendo la misma y las traiciones por subir y alcanzar el poder siguen siendo las mismas. Miras hacía atrás en la historia y te das cuenta de que se repite constantemente y te dices: qué pena, qué perdidos estamos. Y sí, Antonio y Miguel   hacen una versión muy bien traída a la realidad actual, en la que nos cuentan que en pleno s. XXI seguimos siendo partícipes de toda esta parafernalia y por qué seguimos estando en manos de todos estos mamarrachos. De alguna manera es el monstruito que ha creado Israel Elejalde, esa especie de bicho que podría ser Trump o Bolsonaro. Un ser caricaturesco, cómico, vergonzoso. ¿Por qué llegan al poder? ¿Por qué somos manipulados por estas cabezas que son extremadamente malignas y perversas?

Hay una frase de Ricardo que dice: Todos me amáis, porque todos amáis lo que soy porque yo soy el poder. Esto resume muy bien de lo que va esta obra de Shakespeare, Ricardo III. Todos quieren mantenerse en el poder. 

Vemos cómo Ricardo está completamente podrido, pero es que todos y cada uno de los que le rodean están igualmente podridos. 

Claro, gente que se ha agarrado a la corte y no están dispuestos a bajar de estatus, y eso sucede y lo estamos viendo. Y da igual en qué lugar del mundo estemos. Es muy patético y nos sentimos como títeres, el mundo gira en torno a estos monstruos que tenemos en el poder. 

El otro día después de la función hubo un coloquio y alguien decía que Ricardo nos gusta porque en él no hay duda. Hace el mal y lo tiene claro desde el principio. El resto de personajes duda en si acceder o no a esa compraventa. Él no, y eso es importante para el que vota, y lo que la gente recibe de su discurso, por encima de cualquier otra cosa, es que lo tiene claro y lo va llevar a cabo. 

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Es una maravilla poder ver el trabajo que hacéis cada uno de los que formáis parte del elenco de este espectáculo.

He empezado a llamar a la función Ricardo Crossfit III porque no os podéis imaginar las carreras que hay ahí detrás. Cuando estamos en los camerinos antes de empezar nos decimos: madre, la que nos queda. Realmente descansamos cuando estamos en el escenario. Cuando desapareces de él empieza la guerra. Súbete una planta, cámbiate entero de ropa, baja… y todo esto en cuestión de muy pocos minutos. Todos doblamos personajes, solo somos siete actores y tenemos que resolver treinta papeles. Como actor es muy divertido, ya que no dejas de estar generando un juego, es muy loco pero genial poder hacerlo. Y el espectador forma parte de ese juego porque asume con normalidad que la que antes era una duquesa se da la vuelta y ahora es un obispo. 

O una niña…

Eso es muy divertido y fue una macarrada. Antes de empezar los ensayos me escribe un mensaje Miguel que dice: Por cierto ¿sabes que eres la Duquesa pero también eres la niña? Y yo: ¡Sí, claro, claro! Y luego cuando leí la escena me di cuenta de que se dan la réplica y me dije: ¿pero esto qué es? Entonces cuando empiezan los ensayos nos cuenta que va a haber dos títeres con los que haremos los niños. No te puedes imaginar cómo fue el primer día que lo ensayamos. 

Miguel es un tipo muy disciplinado en el trabajo. Él pide, sobre todo, que el texto esté muy bien aprendido, muy asegurado. Y eso es estupendo porque tú sientes que tienes una red de seguridad, entramos todos a trabajar, a él no le hace perder el tiempo y eso al final permite que cosas técnicas tan complicadas de montar se puedan resolver. Si llevas muy agarrada la propuesta entras directamente al juego.

Recuerdo que el primer día que cogimos el títere nos dijo: bueno, vamos a pasar este momento cuanto antes… para que nos pudiéramos reír y de alguna forma entrar a hacer eso, porque es muy loco pasar desde la duquesa que esta llorando como una Magdalena a tener que ponerle voz a la niña. Bienvenidos al show de Maricarmen y sus muñecos. Pero hay algo ahí de bipolaridad actoral muy fantástica de la que yo estoy aprendiendo un montón. Es mágico. Es un ejercicio de atención brutal que te obliga a estar ahí poniendo todo lo que tienes y que la niña finalmente tenga vida.  

Ahora que hablamos de Maricarmen y el control de la voz ¿quién aparece antes, tu cantante o tu actriz?

Pues mira en mi casa mis padres siempre se dedicaron al canto lírico. Mi hermana y yo los acompañábamos a las funciones cuando tenían bolo. El teatro y la música siempre han estado muy presentes en mi casa. Mi abuelo, el padre de mi padre, era director tenía una compañía en Cuenca, con la que se vino a Madrid, de la que por cierto salieron Tip y Coll. Y por otro lado mi abuelo materno era un jazzero bestial, llegabas a su casa y sonaban Nat King Cole, Sinatra, Sarah Vaughan… Así que no sabría decirte, porque se han ido fusionando a la par, aunque es verdad que la música ha estado presente desde que éramos muy pequeñas.  

Con dieciocho años,  que ya llevaba un tiempo de gira trabajando con mis padres en las zarzuelas, durante una comida les dije que quería estudiar Arte Dramático, y mi padre, comiéndose un filete me dijo: te vas a pagar tú la carrera para que sepas lo que es morirse de hambre el día de mañana. Y yo: ¿what?. Luego evidentemente me echaron una mano, pero de algún modo lo que me quería dar a entender era que la que se me venía encima era gorda si me quería dedicar a esto del arte. Y bueno… aquí estamos. Al acabar Arte Dramático volvió a picarme la curiosidad, a la vez estaba estudiando ortofonía y de repente me fui a Barcelona a estudiar teatro musical, hice el recorrido profesional de danza… Y comencé a hacer una investigación físico-vocal, o sea, que todo ha ido fluyendo y retroalimentándose.

Cantante, actriz, y no podemos dejar de hablar de la pedagogía, de la Verónica profesora. Son ya algunos años enseñando a los demás todo lo que sabes acerca de la voz. 

Al principio no pensé que fuera a deberle tanto a la pedagogía. Y de alguna manera me dedico a esto gracias a mi maestro Alfonso Romera y a Ricardo Vicente, que me invitó a que fuera a su escuela, en Barcelona, a dar clases como profesora de voz con veinticuatro años. Yo no confiaba nada en mí, a pesar de llevar muchísimos años estudiando canto y voz, pero creía que aún no tenía las herramientas suficientes para poder enseñar a nadie. Pero miro atrás y ahora pienso que qué bueno que Ricardo me abriera aquella puerta y casi me obligara, porque a través de la pedagogía me he conocido más a mí misma. He conocido mucho más sobre lo que es la investigación vocal y la relación que hay entre la voz, las emociones y el cuerpo. Poder ayudar a otras personas a transformar. Ver cómo otros descubren cómo son a través de su sonido es maravilloso. La pedagogía es el mejor regalo que me ha dado la vida y al final se ha convertido en uno de mis patrones; aunque esté hasta arriba de trabajo en el teatro con giras me obligo a seguir con las clases. Me gusta relacionarme con el alumno, necesito seguir encontrando cosas y de alguna u otra manera seguir creando.

Nosotros estamos encantados de que uno de esos lugares donde das clases sea nuestro Estudio y que formes parte del equipo de profesores.  

Es genial, yo me siento como en mi casa. Es un hogar donde puedes desarrollar tu trabajo, ponerlo en contacto con otros profesores, que los alumnos puedan vincularlo a sus otras clases y hacer un seguimiento. 

¿Qué le dirías a todos esos jóvenes a cerca de la profesión?

Que hay que luchar, que si uno tiene las ganas hay que ir a por todas. Cuando eres joven y te cierran una puerta eso te provoca mucha angustia, pero que tengan en cuenta que esta es una profesión que se va cuajando poco a poco, lentamente, es como hacer una tortilla bien, la primera vez no sale. Hay que ir preparando los ingredientes adecuadamente, sin prisas. 

Al estar en contacto con tanta gente joven te das cuenta de la ansiedad que tienen, que está provocada por el tipo de sociedad en la que estamos viviendo, donde consumimos de manera muy veloz y necesitamos los resultados ya. Ahora con la tecnología todo lo tenemos a un golpe de clic y claro, la tecnología nos ha traído cosas muy buenas, pero a la vez nos está generando un ansia que no es sana. La voz es un instrumento y como tal hay que entrenarla. Un actor tiene que entrenar, luchar y ser constante. Y decirse a uno mismo que sí hay sitio para los sueños, y que tenemos que forjarlos. 

Te veo en un momento dulce… 

Pues sí, estoy súper feliz. Trabajar con Miguel era un sueño, nunca pensé que me fuera a llamar y de repente mira, este es mi segundo montaje con él después de Ilusiones. Me encuentro ahora mismo en un lugar donde quiero estar, donde estoy a gusto. Contenta de compartir escenario con gente como Israel, que lleva tantos años en la profesión. Estoy muy agradecida, mi vida laboral se ha ido colocando en un sitio donde me gusta estar y rodeada de compañeros con una generosidad extrema. Al lado de Miguel que es un ser de luz.

Corran al teatro a ver a La Ronda en acción, actriz total donde las haya. Es una fortuna poder disfrutar en directo del talento que derrocha este torbellino de mujer.

¡No se la pierdan! 

Ricardo III en el Pavón Kamikaze hasta el 17 de noviembre

Por Chechu Zeta | 29 octubre 2019[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

ANATOMIA SENSIBLE

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»72″ text=»ANATOMIA SENSIBLE» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»3em»][vc_column_text]

El martes pasado Andrés Neuman, escritor y amigo del Estudio presentaba en Madrid su nuevo libro ANATOMÍA SENSIBLE en la Librería Rafael Alberti, una pequeña y coqueta  librería familiar de barrio que lleva abierta más de cuarenta años y que si no conoces todavía no deberías tardar en hacerlo. Además hace unos días acaban de recibir el premio Boixareu Ginesta al Librero del Año 

Lo hizo acompañado de su editor Juan Casamayor de Páginas de Espuma y de la periodista y filóloga Ana Pardo de Vera. 

Dice la editorial que ANATOMÍA SENSIBLE es una celebración del cuerpo en toda su amplitud. Una defensa de la imperfección y sus bellezas alternativas, mediante un recorrido poético, político y erótico por la materia que somos. Así es, y tener la oportunidad de poder escucharlo de boca de su autor es una magnífico regalo. Andrés y su delicado y atinado tempo siempre son un deslumbrante espacio para el disfrute de la palabra. 

Nos contó que le daba una mezcla de emoción y de terror hablar del cuerpo en libro desde él y no solo había intentado jugar con la ambigüedad del género literario –este pertenece a muchos géneros literarios a la vez y no se adscribe a ninguno en particular. Es un proyecto unitario en cuanto que tiene una idea detrás y una estructura clara a modo de novela, que además tiene mucha argumentación conceptual como un ensayo pero que está lleno de chisporroteos poéticos o líricos y cada pieza se resuelve más o menos micronarrativamente–. Que hay una voluntad de ser indetectable en términos de género canónico y que por eso es multigénero en cierto sentido, ya que la voz que observa el libro no es ni un hombre ni una mujer, ni un hetero, ni una lesbiana, ni todo lo contrario y es todo eso junto, es decir hay un intento de mirar el poliedro que es el cuerpo desde todas las apetencias, identidades y puntos de vista.

Habló de las redes, de lo viejo y lo nuevo en este mundo virtual, de como estamos en el enésimo turno de Grecia con respecto al cuerpo. Y de como Instagram es un campo de batalla donde todavía hay que discutir con esos cánones, de que no hemos avanzado demasiado en la batalla Dionisíaca, que hay un imperativo apolíneo que además se llena de consumo, de opresión, de política, etc. O de que como la cita Nadie está por encima de la ropa sucia de Cynthia Ozick –una de sus escritoras de cabecera– le ayuda determinantemente a conformar esa idea de lo bello, que no lo es tanto para la masa, y que definitivamente terminamos no enseñando en ese endiablado selfie.

Nos cuenta que ahora que lo trans tiene una fuerza política en el discurso colectivo, él cree que sería interesante pensarlo más allá de lo temático, que lo interesante está en el origen de la apetencia, en esa ficción que es ser otra persona. Como por ejemplo en el teatro clásico, que por razones patriacarles pero que son muy delatoras también, los personajes femeninos los hacían hombres ya que las mujeres no tenían permitido actuar. 

Que le interesan las afirmaciones que son y no son suyas, que salen y no de su yo. Nos anima a plantearnos que ¿qué estamos diciendo cuando decimos este cuerpo me gusta, este cuerpo no me gusta o a mí me gustan las personas así o asa? ¿estamos hablando antes o después de la formación de la educación que hemos recibido? ¿La piel es tan instintiva cómo creemos o está muy premiada de cultura? Que a fin de cuentas lo que decimos que nos gusta o no nos gusta forma parte de un discurso cultural.

Aseguró que le interesaba retirarse de esos presupuestos de hombre, hetero, blanco, patriarcal del s. XXI y abrirse hacia otros poros para comprobar que podía ver de una espalda, de una nalga, de unos pies aprendiendo de otras miradas.

Un ejercicio bello, sincero y, supongo que, extraordinariamente liberador, que como resultado nos ofrece una voz en el libro que no es él conversando con otras voces sino una voz coral que le va dando la vuelta a cada parte del cuerpo como si fuese un prisma desde distintos puntos de vista, deseos e identidades.

Aborda el total de nuestro cuerpo en lo que serían treinta partes o capítulos, donde evidentemente muchas de ellas fueron más fáciles de abordar que otras. Y además se propuso desmitificar las más privilegiadas por la tradición artística o poética, bajándolas a la tierra y buscándoles la imperfección, o las cosquillas, nunca mejor dicho. Discutir esos modelos nobles como podrían ser los ojos, los pechos o la espalda frente esos otros rincones periféricos como un talón, el codo o la parte de atrás de las rodillas. Y confesó que en las áreas genitales –por razones obvias, políticas pero también de tradición– tenemos demasiados preconceptos sobre ellas como para intentar mirarlos por primera vez. 

En este libro está el homenaje final que Neuman necesitaba hacerle al cuerpo, ese que en sus últimas novelas ha visitado lateralmente pero que ahora recoge aquí de frente y en todo su volumen. Un libro, dice, inevitable para mí, para mi experiencia de escritura. Un  libro que le hiciese la guerra a Photoshop. Combatirlo no como herramienta, como software, sino como lógica cultural que deviene impotencia estética. El photoshop va reduciendo poco a poco el espectro con el que imaginamos los cuerpos ajenos y contemplamos el propio hasta que hay solo una manera de mirarlo, una especie de pensamiento único, anatómico, y me parece que la función de la poesía y del arte en general es resistir a esa mirada y construir otra.

Y Andrés lo hace desde el sentido del humor, la ironía,  desde el apetito lúdico. Sabe jugar y sabe reír, ya quisieran muchos. Porque como bien dice a veces el humor llega más lejos que la seriedad, que la interlocución con la seriedad es muy de vuelo corto, que no hay verdadera escucha desde la solemnidad. El libro parodia la solemnidad empleando un lenguaje elevado para parodiarlo. Mostrando hasta que punto es absurdo el exceso de seriedad. 

Lo triste de intentar parecer eternamente joven es que si a una cara de cincuenta años le intentas quitar treinta años de encima, le estas quitando toda su memoria narrativa. No hay historia sin arrugas. 

El paso del tiempo puede no ser solamente una erosión de la belleza si no un modo de generarla. La belleza es lo que sucede cuando el tiempo atraviesa las cosas. 

Por Chechu Zeta | 25 octubre 2019[/vc_column_text][vc_empty_space height=»2em»][/vc_column][/vc_row]

NUESTRA INOCENCIA

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»72″ text=»NUESTRA INOCENCIA» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»3em»][vc_column_text]

Regreso de Bilbao, después de un mes en el que he impartido un taller en Dantzerti, la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Euskadi. Por primera vez, mis años eran el doble que los de la mayoría de los alumnos. En sus cuerpos, en sus entusiasmos, en sus temores, en su incomprensión, en sus alegrías, en sus revelaciones, en fin, en todo el menaje de juventud que desplegaban cada mañana, he percibido luminoso y fiero el tiempo. Desfilando tras él, su batallón de “todavías”, de “ya no”, su arsenal de recuerdos, su albarán de pérdidas. 

   Es cierto que los estudiantes de Arte Dramático son en nuestros días una tribu misteriosa. Por edad, están en primera línea de nuestro presente movedizo, pero se entrenan para un arte milenario. Prestan cuerpo, voz y espíritu a Edipo o a Ofelia, y luego regresan a sus mundos tecnológicos. Algunas veces se han tenido que enfrentar a sus familias, que (como gran parte de nuestra sociedad) entiende el teatro como un arte residual, una profesión sin salida, en liquidación. Los he visto llegar agotados de trabajos tan mal pagados que no merecieran llamarse trabajos. Se han desesperado por no encontrar una habitación fuera de la usura. Llegan con su ropa de trabajo, sus libros de Shakespeare y sus ganas intactas. Y sobre todo, una y otra vez, se conmovían con los personajes de La gaviota de Chéjov, buscaban el vértigo purificador del escenario. Sueñan con dedicarse al teatro, sin saber que con eso ya se dedican al teatro; y de nuevo Chéjov, “cuando piensan en su vocación no temen a la vida”.

   De los alumnos del estudio Juan Codina, donde trabajo desde hace ya un lustro, son pocos los que llegan atraídos por el brillo de la fama, por las lisonjas de la popularidad. Muchos más son los que, sin saber muy bien por qué (que es el único modo de estar en este oficio), han decidido consagrar sus vidas a las artes escénicas.

   Al día siguiente de regresar de Bilbao fui a ver a mi madre, que sigue viviendo en el barrio de mi juventud, Villaverde Bajo, en el extrarradio de Madrid. En los menos de diez minutos de distancia entre el metro y su domicilio, me encontré con una casa de apuestas, unos predicadores de amenazadora amabilidad, algunos cuerpos desvencijados por la heroína, dos locutorios y poco más. Allí donde estaba la panadería donde nos fiaban el chocolate a los hijos de los obreros, había un local de “Ayuda de Dios”. Pensé en los jóvenes del barrio, cuáles serían ahora sus sueños, sus esperanzas; pensé en eso que llaman “ascensor social”, y sólo vi su hueco en el esqueleto de cada edificio. Nos hemos olvidado de los barrios, de sus gentes, de lo poco que hablamos de las casas de apuestas, de quiénes están detrás sustentándolas, del ascenso vertiginoso de las sectas religiosas y sus soldados homófobos y machistas, de las consecuencias de los recortes en la educación pública, de cómo les tienen que sonar a muchos de los jóvenes de esos barrios las polémicas espumosas del Twitter y demás…

   De repente, pensé en si alguno de estos jóvenes de barrio sueña con convertirse en actor o en actriz, si en alguno de estos pisos mordidos por la aluminosis, en estas calles en los que se despliegan cepos a cada paso, algún muchacho, alguna muchacha, está leyendo Bodas de sangre o Un tranvía llamado deseo, y pensando en cómo decirles a sus padres que quiere convertirse en estudiante de arte dramático. De nuevo el tiempo y el recuerdo del Alberto adolescente soñando en ese mismo barrio con estrenar algún día una obra de teatro.

   Por último, recordé estas líneas de Nuestra inocencia, de Wadji Mouawad (obra que ojalá se publique por fin en la excelente traducción de Coto Adánez); para mí, el mejor retrato de los estudiantes de arte dramático y de la juventud de nuestros días.  Ojalá, sí, lucháramos por cuidar de la inocencia, por proteger, su futuro. Aún hay tiempo. Pero hay que darles la voz:

¿Qué os creéis que somos?

¿Qué creéis que decimos

cuando hablamos de vosotros?

¿Qué creéis que pensamos cuando exhibís 

vuestras victorias como quien exhibe su polla

y, con una palmadita en la espalda, 

queriendo darnos consejos,

nos hacéis arrodillarnos obligándonos a 

mamar el relato de las revueltas del pasado?

¿Qué creéis que pensamos cuando, sin ser conscientes

de lo que odiáis nuestra juventud, nos ordenáis:

«Chupa, chupa mi juventud perdida, 

chupa esa libertad que nunca conocerás,

chupa mi precioso piso comprado 

por dos duros y que jamás podrás pagarte,

chupa lo que fueron nuestras utopías

y que te prohíbo anhelar,

chupa el amor sin preservativo,

chupa mi viaje a la India,

chupa la fraternidad que demostramos y 

que para ti sólo es un balbuceo, ¡chupa!»?

¿Qué creéis que pensamos 

cuando nos metéis hasta la garganta

vuestros compromisos políticos, 

que para vosotros reflejan vuestro valor

y para nosotros 

vuestras traiciones y renuncias,

y metiendo y sacando,

jadeando, gimiendo de placer,

nos introducís hasta la garganta

vuestras ideologías y principios de mierda,

vuestro socialismo empalmado,

vuestro comunismo acre,

vuestro respeto republicano,

vuestro apestoso gaullismo,

vuestro vomitivo jansenismo, vuestro benévolo

racismo, vuestra política de mierda,

vuestra moral social de mierda 

y metiendo, sacando, jadeando,

cuando notáis que llega la leche blanca

de la autosatisfacción, nos ordenáis:

«¡Chupa, sí, así! Eyaculo en tu boca 

el fin de la despreocupación,»

«descargo en tu garganta 

el fin de la historia, ¡traga!»

«¿Está bueno el fin de la historia? 

Espera, voy a darte otro guantazo».

Y, gruñendo de placer, eyaculáis 

en nuestra cara el confort que os debemos,

deuda infinita cuyo fin nunca veremos.

¡Aplastáis! ¡Aplastáis! ¡Nos aplastáis!

Vuestras son las jubilaciones, la alegría, 

la historia, y nuestra la confusión.

«¿Por qué no haces algo con tu vida?

Ni idea, papá, mamá, no tengo ni idea.»

«No sé, no sé, no sé, no sé, no sé…»

«O sea no tengo ni idea,

no sé, no tengo ni idea.»

«Me palpo, me examino, 

me analizo y hay un vacío absoluto.»

«Y ni toda la sabiduría del mundo 

me impedirá decir que no tengo ni idea.»

 

Por Alberto Conejero | 22 octubre 2019

Este artículo fue publicado el 9 de octubre en la web de AISGE[/vc_column_text][vc_empty_space height=»2em»][/vc_column][/vc_row]

PAUL B. PRECIADO O EL TIEMPO QUE AÚN NO HA SUCEDIDO

[vc_row][vc_column][wolf_fittext max_font_size=»72″ text=»PAUL B. PRECIADO O EL TIEMPO QUE AÚN NO HA SUCEDIDO» font_weight=»500″ letter_spacing=»0″][vc_empty_space height=»3em»][vc_column_text]

Creo recordar que la primera vez que escuché el nombre de Paul B. Preciado fue en un espectáculo de El Conde de Torrefiel en el CDN. Supongo que al salir del teatro busqué su nombre en internet y en algún momento, pasado el tiempo, terminé leyendo alguno de sus textos en la red. Aunque no podría recordar ahora mismo qué fue exactamente lo que leí en aquel primer contacto. Lo que no he olvidado es la sensación como de estar en casa, fue algo parecido a llegar al hogar lo que aquellas palabras me produjeron. De algún modo, su universo no era del todo nuevo ni desconocido para mí pero la manera en la que lo exponía fue algo que me pareció completamente revelador. Si la calculadora no me falla han pasado cinco años de aquello.

El filósofo y comisario de arte burgalés presentaba la semana pasada en la librería La Central de Callao su último libro Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce  (Anagrama, 2019) en el que reúne más de setenta artículos escritos para el diario francés Libération entre 2013 y 2018. En ellos relata su proceso de transformación de Beatriz en Paul B., donde las hormonas y el cambio de nombre legal son tan importantes como la escritura. Esta no es solo la crónica de una transición de género, sino también la de una transición planetaria: Preciado analiza otros procesos de mutación política, cultural y sexual, abordando temas diversos, como el procés catalán, el zapatismo en México, la crisis griega, la América de Trump, las nuevas formas de violencia masculina, la apropiación tecnológica del útero, la figura de Assange, el trabajo sexual, el acoso a niños trans o el papel de los museos como motores de una revolución cultural posible.

Media hora antes de que comenzara el acto en la última planta de la librería ya no cabía ni un alfiler, la expectación y el ambiente –casi festivo– eran incontenibles. No era para menos, el protagonista hace más de una década que no vive en España y no es muy normal poder disfrutar de su presencia por estos lares. El espacio era demasiado pequeño para acoger a todes les que queríamos oír y ver en directo a una de las mentes más poliédricas y brillantes que ha dado nuestro país en mucho tiempo, el mismo que si tiene que definirse lo hace así: No soy un hombre. No soy una mujer. No soy heterosexual. No soy homosexual. Soy un disidente del sistema sexo-género. Soy la multiplicidad del cosmos encerrada en un régimen epistemológico y político binario, gritando delante de ustedes. Soy un uranista en los confines del capitalismo tecnocientífico.

Escuchar a Preciado te transporta a otro lugar, a otro tiempo, a una realidad que no existe. Una utopía a la que constantemente nos empuja e invita a conquistar. Cada palabra que sale de su boca lo hace para articular un discurso de ataque contra todo lo establecido, contra todos los patrones que conocemos y que hemos asumido como la norma y lo normal de nuestra sociedad. Afronta una lucha personal contra cualquier tipo de etiqueta, te anima a deshacerte de la que sea que te apliques a ti mismo, a dejar de hacerlo cuanto antes. Sostiene que cualquier identidad en la que nos reconozcamos terminará por convertirse en la peor de nuestras jaulas. 

Supongo que para los gobiernos y los poderes establecidos el pensamiento cósmico y extraterrestre que proyecta Paul B. Preciado, lo convierte en lo más parecido a un terrorista al que vigilar de cerca. Para mí escuchar sus teorías y sus infinitas y revolucionarias propuestas para cambiar la estructura global del planeta me hace conectar con la esperanza y la posibilidad –quién sabe– de que las sociedades del futuro sean capaces de aplicarlas e incluirlas en el funcionamiento de sus estructuras.

Cualquiera de los cinco libros que ha publicado hasta el momento constituyen una poderosa arma contra cualquier intento de colonización de las almas y cuerpos por parte del sistema. Toda su obra es filosofía, claro está, pero también literatura, y por supuesto lucha queer. Preciado es un pensador autocobaya, piensa con y a través de su propio cuerpo. Una luz radical, bella y provocadora que se anticipa de tal modo, que quizá aún sea preciso aguardar a tiempos venideros para que su deslumbrante discurso sea entendido en toda su dimensión. Y como bien dice Virgine Despentes en el prólogo de Un apartamento en Urano:  

Los niños nacidos después del año 2000 leerán tus textos, entenderán lo que propones y te amarán. Desde tu pensamiento, desde tu horizonte, desde tus espacios. Escribes para un tiempo que aún no ha sucedido. Escribes para los niños que aún no han nacido y que vivirán, como tú, en esta transición constante, que es lo propio de la vida. 

Por Chechu Zeta | 16 octubre 2019

 

 

 

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Richard Gwyn

POETA VIVO Y MUERTO

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El narrador de este libro escribe vivo y muerto. Hace ya bastantes años, al poeta galés Richard Gwyn le diagnosticaron una hepatitis C que lo condujo a una cirrosis terminal, la cual sólo podía acabar en trasplante o fallecimiento. Pero, incluso en el primer caso, otra persona –«un extraño»– debía morir antes, con todo lo que eso implicaba de expectativa y pánico, de culpa y salvación entrelazadas. Precisamente este concepto, la muerte de un extraño, funciona como punto de vista narrativo en El desayuno del vagabundo (editorial Pre-Textos). Sólo que aquí ese otro es también él mismo. 

En esta memorable autobiografía —que es además un ensayo tan íntimo y conflictivo como el Estar enfermo de Virginia Woolf— su autor nos relata cómo salvó la vida a última hora gracias a un trasplante de hígado. Un hígado como el que Roberto Bolaño se quedó esperando. Ese que su hepatólogo no logró conseguirle a tiempo, mientras él le dedicaba un texto que se publicaría póstumamente. El hígado que hoy Gwyn le dedica a Bolaño. 

Las consecuencias éticas y poéticas del trasplante quedan analizadas por el excelente poeta que ha sido siempre Gwyn y, al mismo tiempo, por el crítico que también es. Sólo desde este desdoblamiento, que en última instancia se relaciona con su vocación de traductor, podía afrontarse con éxito ese otro desdoblamiento radical que propone el texto: el de una mirada póstuma sobre la propia vida. Ideal narrativo después del cual, en cierta forma, sólo cabe el silencio. «Me he convertido en algún tipo de zombi», bromea, o no tanto, el narrador, mientras nos cuenta cómo pudo seguir viviendo gracias al cuerpo de otra persona. Y, antes de que se produzca esta inflexión iniciática, desarrolla un teoría del dolor y sus límites, del mutismo que aguarda más allá de lo físico. 

«Se me ocurre», escribe Gwyn, «que he pasado diez años investigando la subjetividad del enfermo, que he dedicado una tesis a la construcción narrativa del paciente, que he publicado en revistas especializadas e incluso escrito un par de libros sobre el tema…» En efecto, quien haya pasado una temporada en un hospital, o cuidando a un ser querido, conoce esa sensación: estar enfermo de enfermedad. «Nada de eso puede ayudarme ahora», concluye el autor: «estoy en una zona post-discursiva. He llegado al Fin de la Teoría». Un fin que tampoco nos cura de nada, salvo quizá de la esperanza de encontrar El Remedio Final, La Idea Filosófica, La Comprensión del Fenómeno. Males altamente tóxicos para el metabolismo de la literatura. 

Sorteando estos peligros, Gwyn nos ofrece impagables reflexiones sobre el cuerpo, sobre qué es contar una vida, sobre cómo la enfermedad transforma la mirada y, de algún modo terrible, también vivifica la memoria. «De vez en cuando», escribe, «sentimos la necesidad de volver a empezar, de liberarnos de todas las posesiones –o narraciones– acumuladas durante la vida». Su escritura funciona entonces a modo de despojamiento para un personaje demasiado lleno, infestado de memoria física. 

En permanente búsqueda de un punto de observación literaria de su propia dolencia, la voz protagonista va construyendo una narrativa de la enfermedad, una especie de sintaxis del paciente. En el libro se analizan dos lógicas opuestas, que combaten entre sí manteniendo el equilibrio: la lógica de la restitución, donde la salud funciona como una normalidad destinada a recuperarse; y la lógica del caos, que refuta la anterior anulando cualquier posibilidad de regreso al bienestar. Por el justo medio entre ambas, o más bien por un difícil tercer camino, avanza la voz funámbula de Gwyn, que se pasó una década vagabundeando por países mediterráneos (en particular España y Grecia), hundido en el alcoholismo aunque también en turbias epifanías. 

Esas revelaciones dieron el fruto de este libro, que relata aquellos años de viaje y adicción, o de adicción al viaje. En su reciente poemario Stowaway (Polizonte), el autor evoca los encuentros humanos en los márgenes que fueron dibujando un mapa outsider. Un grupo de desclasados que conforman la cara oculta de sus países o, dicho de otro modo, el inconsciente de sus respectivas sociedades: «Me los encuentro en tránsito, en bares sombríos o albergues,/ en pasarelas de canales, en cementerios abandonados./ Hombres nerviosos, transpirados; mujeres que siguen un código de etiqueta/ propio de una cultura ficticia. Con rastas desteñidas, apelmazadas,/ sin lavarse durante semanas; con camisetas del ejército,/ pantalones cargo, bolsillos repletos/ de droga y cuerda, piedras, algas, chicles;/ bocas preparadas para salirse por la tangente…» 

El Desayuno del vagabundo (que debe su título al irónico diálogo que sostiene el narrador con su amigo tunecino Fadi, filósofo formado en la cárcel) cuenta a continuación el proceso de su enfermedad y las metamorfosis que fue causando. Su casi inexplicable recuperación. Y, sobre todo, el problema de cómo escribirla. Esta pregunta básica —¿qué es escribir la experiencia, qué experiencias produce la escritura?— infecta el libro entero. Otro poema del mencionado Stowaway sintetiza a la perfección las inquietudes resultantes: «Cada noche se despierta a la misma hora, entre las tres y las cuatro, perplejo por las rutas que hace años tomó (…), atisbando momentos de un viaje recordado a medias. O quizá se equivoque, y no es el viaje lo que lo despierta, sino la necesidad de escribir sobre él (…) ¿Cómo alcanzamos el estado en que la cosa recordada se mezcla con su recuerdo mismo, el acto de escribir con el objeto de esa necesidad…?»

Resultará difícil que sus lectores dejemos de sentirnos cuestionados sobre nuestra propia experiencia, que suele basarse en un concepto más o menos maniqueo de esas dos potencias totalitarias —como las calificó Bolaño— llamadas salud y enfermedad. Y quién sabe si, también, sobre la división entre el cuerpo y esa protuberancia que denominamos alma. Partiendo del que tal vez sea el mejor ensayo del maestro chileno (incluido en El gaucho insufrible), Gwyn razona en ecuaciones hasta concluir que la enfermedad termina despejando toda incógnita. Cualquier elemento al que se sume queda restado, subsumido: sexo + enfermedad = enfermedad; viaje + enfermedad = enfermedad; sexo + enfermedad = enfermedad, y así sucesivamente. 

Retomando ciertos conceptos de Susan Sontag, El desayuno del vagabundo nos presenta dos reinos que se sueñan opuestos: el de los enfermos y el de los sanos. El narrador ha vivido en ambos, y ya no está seguro de cuál es el suyo. «Es», lo resume Gwyn, «como si tuviera dos pasaportes de países que sospechan el uno del otro»… Los súbditos del reino de los sanos, por supuesto, recelamos de nuestro reino futuro. Tomamos nota de él. Lo estudiamos en busca de algún pasaporte diplomático que nos ahorre los trámites más sórdidos. Al terminar nuestro desayuno con Gwyn, tenemos la sensación de hallarnos a un paso de la frontera, asustados y agradecidos. 

Con hilarantes golpes de humor escatológico que alivian sin anestesiar, a semejanza del Profesor W (de quien el narrador dice, acaso autorretratándose, que «tiene un lindo sentido para lo macabro que no puede mantener a raya»), este portentoso libro toca la vena de lo que somos en primer o segundo grado: supervivientes que hablan. Y también, por fortuna, lectores que escuchan y viven más. 

Por Andrés Neuman | 10 octubre 2019[/vc_column_text][vc_empty_space height=»2em»][/vc_column][/vc_row]